Alegría y Esperanza que viene del Señor
Joaquín Pérez Hernández, Delegado Episcopal para la Vida Consagrada, ha dirigido a todas las comunidades un mensaje y la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) ha señalado este día como una fecha especial para detenerse a valorar y agradecer el don de la vida consagrada.
Para el delegado diocesano, “las comunidades de Vida Consagrada son un regalo precioso del Señor para nuestra diócesis” y el “consagrado” es una persona que ha escuchado la llamada del Maestro a seguirle, imitar su forma de vida y entregarse a realizar la misión de anunciar el Evangelio. Una decisión que representa la entrega de su vida al servicio y la caridad. Por eso, Joaquín Pérez invita a contemplar el testimonio de cada consagrado, que se compromete a vivir en pobreza optando por los más pobres y “se entrega al Señor virginalmente y se somete a su voluntad en todo profesando el voto de obediencia”
En su carta dirigida a los consagrados de Córdoba, el delegado señala cómo “ellos caminan llenos de gozo porque están disfrutando del gran regalo que Cristo les ha hecho: vivir la vida de Jesús ya en este mundo” y abunda en la certeza de que el Señor fue un consagrado que vivió que vino a hacer la voluntad del Padre, vivió en pobreza y le llenó un amor intenso y universal “con el que se entregaba a cada persona que encontraba en su camino”. Por ello, -subraya la carta- los consagrados y consagradas, participan especialmente de la alegría y esperanza que irradiaba el Señor a todos.
Esta carta es también una invitación a la oración por cada uno de las personas consagradas al Señor y por las comunidades a las que pertenecen. Nuestra oración debe ser “para que el Señor los mantenga ilusionados respondiendo a la renovada llamada que les hace cada día”, nos anima el delegado diocesano. Asimismo, en torno al día de la Presentación del Señor, la Iglesia, que somos todos, dedica su oración intensa a las nuevas vocaciones a la vida consagrada para que los jóvenes escuchen la llamada del Señor a seguirlo de cerca “dispuestos a dejarlo todo por Él. Oremos todos insistentemente”, concluye la misiva.
Mensaje de CONFER Córdoba
En Córdoba ciudad hay 26 comunidades femeninas y 15 de varones. En la provincia existen 27 comunidades de mujeres y 5 de hombres, 73 comunidades en total con más de 1000 miembros que abarcan desde la vida contemplativa a las labores asistenciales y la enseñanza. Todos ellos viven esta jornada de la Vida Consagrada con alegría y esperanza, pidiendo nuestra oración y ofreciendo su servicio. Su decisión a anunciar el Evangelio con sus vidas los hace visibles y los propone como modelo de seguimiento a Cristo.
Para esta jornada, Confer Córdoba se dirige a todos en un mensaje cuya lectura íntegra tendrá lugar en las parroquias. En él, se siguen ofreciendo a la sociedad y muestran su cercanía con todos. “La figura de la religiosa y del religioso es una realidad familiar y cercana en nuestro entorno, en nuestra sociedad, en nuestra diócesis, pues contamos con una presencia generosa, en número y en tareas de servicio. Estamos presentes, como ocurre, en la Iglesia Universal, en todas las realidades eclesiales y sociales especialmente en aquellas donde la pobreza y la marginación es más sangrante”.
“En este día os pedimos, sobre todo, que recéis por nosotros para que seamos fieles a la llamada que hemos recibido y para que el Señor suscite en nuestras congregaciones oraciones santas y que hagáis un esfuerzo para conocernos mejor. Y, cómo no, animar y no poner obstáculo a los que en su vida sientan una especial llamada al seguimiento del Maestro en los distintos carismas con los que el Espíritu ha enriquecido a su Iglesia”.
ENTREVISTA A FRAY NACHO DEL NIÑO JESÚS. OCD
«Tuve la gracia de que Dios me eligió para sanarme»
Ignacio Clemente, Fray Nacho, es un joven consagrado de 38 años perteneciente a la Orden de los Carmelitas descalzos. Nacido en Huesca, una sorprendente y temprana afición al flamenco lo conectó con Andalucía. Aprendió a tocar la guitarra y se integró en un grupo de baile porque “el flamenco permite expresar muchos sentimientos y me daba libertad”. Entonces desconocía que viviría en Córdoba y sería miembro de la comunidad de Carmelitas descalzos, donde imparte clases en el Colegio de “El Carmen” para niños que como él siente el flamenco como el lenguaje de las raíces.
Su incombustible energía y su agilidad oral se traduce en un torrente de palabras donde el Evangelio se hace presente en cada frase. Este Carmelita Descalzo sueña con el fin de las diferencias entre personas y naciones, quiere proclamar que “el otro es hermano y aunque piense distinto a mí, aunque me haya hecho daño, es digno de amor “. Estar unido al Espíritu Santo y jamás separarse de la presencia del Resucitado es su fuerza. Por su vocación dejó atrás una vida previsible y estable y se consagró a Cristo. Hoy cuenta su vida trasformada: “Si me alejo de Él estoy perdido”
¿Cómo era su vida anterior a ingresar en la Orden de los Carmelitas descalzos?
Como cualquier joven, estudié la carrera de diseño industrial en Sabadell y Erasmus en París. Al terminar la carrera descubrí que mi vida frente a un ordenador no me llenaba y quería tener un trato interpersonal, poder compartir con otros, sentía que no quería estar solo en un despacho y con mi madre comencé un voluntariado de los hermanos de la Cruz Blanca en Huesca, donde está la casa de referencia para personas con Sida, exclusión social o toxicomanías. Entonces, mi madre acompañaba a mujeres prostitutas extranjeras para temas de papeles. Por su invitación, estuve diez años de voluntario con los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca, muy feliz: los acompañaba, les daba de comer, los llevaba en silla de rueda e iba de campamento. Al tiempo, me contrataron siete años en la asociación Down Huesca como monitor de ocio y tiempo libre y técnico auxiliar educativo, pero interiormente mi vida estaba agitada, desorientada; parecía una persona “buena” porque era altruista, pero estaba cegado, obturada mi mente con tantos pecados y desórdenes: no sabía cuál debía ser mi vida.
Así vivía hasta que un día fui a un retiro con religiosos benedictinos al monasterio de Leire en Navarra. Tuve la oportunidad de conocer al fraile organista del monasterio y me confesé con él; esa confesión cambió mi vida desde el momento en que me impuso las manos, sentí cómo un viento fuerte físico entraba en i cuerpo. Comencé a temblar, lloré, me purifiqué y renací. Con el Evangelio descubrí que había vivido en mi carne lo que le decía Jesús a Nicodemo: “hay que nacer en el Espíritu”. Tuve la gracia de que Dios me eligió para sanarme, salvarme y renacer en Cristo. Fue un bautismo en el Espíritu, de conversión con una experiencia vital trasformadora. Mi vida cambió radicalmente, vivía con mi novia y trabajo; a partir de ahí comenzó una búsqueda muy fuerte, con mucha acción sacramental. Iba a rezar con las Carmelitas, rezaba el rosario, necesitaba confesiones, necesitaba eucaristía. En ese tiempo me acompañó un sacerdote salesiano que me orientó hasta que durante un verano fui a unos ejercicios espirituales con un fraile carmelita descalzo al desierto de Las Palmas y me llamó mucho su alegría; su manera de comunicar a Dios me impactó tanto que dije: “yo quiero ser así”.
Además, el mejor amigo de mi padre, que había estudiado medicina con él, estuvo de misionero en África y me ayudó a ver que él era un modelo para mí sin que yo lo supiera, fue la mano de Dios que me fue guiando sutilmente hasta que, tras madurar u abrir los ojos, me di cuenta de que yo quería ser como el amigo de mi padre.
Sin embargo, ¿llegó a debilitarse este modelo que le proponía aquel religioso?
Aunque yo era oficialmente católico, en mi vida joven, quería descubrir por mí mismo. Veía la Iglesia como una estructura. Estaba alejado, aunque creía de una manera teórica en Jesús. El amigo de mi padre era como el signo de Dios en mi vida, era una referencia y, aunque yo estaba lejos, él me permitía ver otra vida. Dios actúa por mediaciones y actuó a través de esta persona y a través de su presencia suave, perseverante y amorosa, vi la presencia de Dios y que era el camino por el que Dios me llamaba. Dios tiene caminos misteriosos. Podemos pensar que hoy los jóvenes están perdidos, que la sociedad está secularizada, pero Dios sigue llamando, está vivo y sigue llamando, aunque la sociedad está muy adormecida por muchos estímulos, por mucha comodidad y sólo hay que encontrar esa persona, ese momento para, a través de la oración, dejar hacerse maravillas por Dios.
¿Cómo reaccionó su entorno cuando decidió entrar en la orden carmelita?
Conozco casos de jóvenes llamados a la vida consagrada incomprendidos por sus padres. No fue mi caso. Mi madre se convirtió en la mujer más feliz del mundo y mi padre sabía que si era mi camino sería feliz, aunque al principio lo vio con un poco de sospecha, lo vio como un autoengaño, una manera de huir de la realidad y al cabo de los años se ha dado cuenta de que mi vida está donde debe estar y me ve más sereno, más equilibrado. He sentido mucho apoyo y doy gracias a Dios.
¿Cómo encontrar una vida de oración en una sociedad ruidosa que nos aparta de la comunicación con Dios?
Una vez recibes la gracia del bautismo en el Espíritu, cuando ves que Cristo vive y no es una teoría mental, es muy fácil porque comprendes que si no te acercas a Él y te unes a Él, tu vida se va a ir dejándose llevar por las corrientes del mundo que te arrastran a una súper estimulación, a muchos engaños y espejismos de la sociedad que te presenta ideales que luego no te llenan el alma;
si sabes que ha resucitado y que en el Evangelio se apartaba a orar con el Padre y que en las cartas de San Pablo nos conduce a la oración, te das cuenta que sin el Espíritu Santo y esa comunión con Dios estamos perdidos, necesitamos alimentarnos de Él, de su presencia viva. A pesar de tanta agitación, en esta sociedad no hay menos religiosidad; no es verdad, sino que se oculta con otras cosas. Intentan buscar la necesidad de paz profunda de mil maneras, cuando sabemos que Jesús ya ha dado su vida por nosotros y está resucitado entre nosotros y si nos uniéramos a hablar con Él, en la intimidad y con sencillez; si nos paráramos a recibir cada día eses amor sobre abundante que se entrega cada día en la Eucaristía diríamos: necesitamos orar porque ahí es donde vamos a encontrar la fuente que nos calme. La gente está necesitada de Dios y necesitan de alguien que les enseñe a orar para tener la paz que todos buscan de mil maneras.