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Vía Crucis para la Pastoral Penitenciaria

PRIMERA ESTACIÓN

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Porque no es fácil vivir
poniendo siempre la cara,
devolviendo bien por mal,
compartiendo la esperanza
de un Dios Padre que nos cuida,
nos protege y que nos ama.
Porque no puedo entender
ser entre lobos paloma
y ese mensaje que dice:
felices seréis si os odian,
si sufrís, si padecéis,
heredaréis la gloria.
Porque es difícil creer
que tu carne se hará pan
y vino será tu sangre;
que si te como yo a ti
el mal no puede atacarme,
porque de mí formas parte.
Porque eres Hijo de Dios
teniendo mi misma carne.

Te tengo que condenar
para así justificarme,
y que tu muerte consiga
que viva sin preguntarme:
¿Qué quiere el Padre de mí?
¿Por qué pretendes que cambie?

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

SEGUNDA ESTACIÓN

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Porque no puedo más,
porque la vida me vence,
atándome la memoria,
a mis caídas de siempre,
no pudiendo perdonarme
ni siquiera siete veces.
Porque aprendo a disculparme
y siempre me justifico
acallando la conciencia,
engañándome a mí mismo,
enterrando entre los rezos
el sinsentido en que vivo.
Porque tiré por la borda
tu mensaje de paloma
y quise ser siempre “yo”,
aunque vencieran las “sombras”
y los lobos devoraran
tu paz de pan y de alcoba.

Has de cargar con mi cruz,
Has de llegar hasta el Gólgota;
Porque tu cruz me hace libre
Y la mía me aprisiona.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…

TERCERA ESTACIÓN

JESÚS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Una cruz siempre es una vida
con sus luces y sus sombras,
cruces que miran al cielo,
sombras que entierran y ahogan.
Vertical que nos aleja
del barro que nos da forma,
de la miseria que arrastra
nuestra humanidad de loza.
La horizontal nos obliga
a mantener la mirada
fija en lo poco que somos,
si perdemos la esperanza,
si olvidamos que vivimos
de la fe que Él nos alcanza.
Una cruz es una vida
que a menudo nos aplasta,
porque al vivir sin amar
no podemos ni arrastrarla.
En tu cruz va, ya, Señor,
la mía y de cualquier hombre
que apaga tu sed de amor
con empellones y golpes.

Y caes, Señor, y te levantas;
allí no sucede nada.
Así aprendo yo a confesarme
una vez y otra, y siempre que haga falta.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

CUARTA ESTACIÓN

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

A fuerza de amor prosigues,
de mi polvo te levantas.
Qué bien dice tu mensaje
que la fe mueve montañas.
La cumbre ya está más cerca,
y en las sombras se adivina
un horizonte de muerte
y una humanidad vencida.
Tus ojos que contemplaron
la falta de amor, la envidia,
los rencores y los odios,
la enfermedad, la malicia.
Esos ojos que lloraron
ante la amistad perdida,
que repartieron reflejos,
que brillaron de alegría.
Esos ojos van buscando,
entre dolor y agonía,
otros ojos que los miren,
unos labios que sonrían,
que lo envuelvan de dulzura
en esta hora maldita.
De pronto, entre las miradas
que sobre Ti se arraciman,
ves una que hasta de noche
Tú siempre descubrirías.
Está lejos de la turba
que te insulta y te castiga.
Ésta te envuelve con besos
y te llena de caricias.
No hace falta que te hable,
no hace falta que sonría,
no hace falta que su mano
se deslice en tu mejilla.
Te basta con que esté allí.
Te sobra con que te siga.
Que por amor al Amor
hasta el Calvario resista.

Quiero aprender a ser madre
sufriendo siempre en silencio,
mi pie siguiendo tus pasos
hasta el momento supremo.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…

QUINTA ESTACIÓN

EL CIRINEO AYUDA A LLEVAR LA CRUZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Tras el encuentro de amor
con los ojos de tu madre,
las fuerzas que sometías
comienzan a abandonarte.
La sangre cae por tu espalda
como fuente de esperanza,
mientras la jauría se teme
una muerte anticipada.
Por eso, de entre los muchos
que cerca de allí pasaban,
escogen, sin sospecharlo,
a quien será faro y guía
de ayuda no interesada.
Es un pobre jornalero,
de los que no saben nada,
salvo ayudar siempre a aquel
que a él se lo solicitara.
Nada sabía del Maestro,
Ni que un día en la montaña
su voz hablaba de él,
al describir con palabras
actos buenos de los hombres,
que son bienaventuranzas.
Aquel hombre era Simón,
y Cirene era su patria,
y a buen seguro que el gesto
no lo hizo en buena gana.
Pero al mirar al Maestro
algo le escoció en el alma
y notó que no era él,
sino Jesús quien sanaba,
quien le llevaba otra cruz,
que la gente no notaba.

Quiero ser tu cirineo
entre tormentos y espinas,
porque si llevo los tuyos
los míos los troco en vida.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

SEXTA ESTACIÓN

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

La sangre te cubre el rostro,
y tu mirada se pierde
entre un enjambre de moscas
y la sed que ya padeces.
Nadie camina hacia ti.
Nadie sale en tu defensa,
insultos y salivazos
acompañan tu condena.
De pronto, sin previo aviso,
cuando nadie se lo espera,
una mujer, casi nadie,
rompe el cerco y se te acerca,
y como sólo ellas saben,
con su pañuelo de tela,
te limpia el rostro y la sangre,
apaga tu sed; te besa.
Y sin que puedas mirarla
los guardias de ti la alejan;
pero el gesto lleva paga:
tu faz en la tela impresa.
Paga del ciento por uno,
por amor la vida eterna.
Un gramo de valentía
se hace sagrario en la tierra.
Quién no se hiciera mujer
para romper las barreras
que nos atan y aprisionan
a imposiciones y reglas.
Quién no se hiciera mujer
para estar siempre dispuesto,
para amar y perdonar
como solo saben ellas.

Yo quiero tener tu rostro
en mi alma siempre impreso,
para obligarme a ser fiel
A Jesús el Nazareno.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

SÉPTIMA ESTACIÓN

JESÚS CAE EN TIERRA POR SEGUNDA VEZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Una nueva zancadilla,
otro empujón, y en un instante,
ni siquiera la fuerza de Simón
alcanza a evitar que tu rodilla
se encuentre de nuevo con el suelo.
Apenas si respiras y tu rostro,
que antes fuera el signo de la vida,
anuncia una muerte galopante,
ansiosa de acabar la pesadilla.
No se atreven a tocarte, no sea
que la llaga, que es tu cuerpo, los contagie.
Pretenden que te alces, vacilante,
a sorbos de látigo y vinagre.
Tú quisieras, no obstante, reposar,
que las horas pasaran sin tocarte,
quedarte allí y que te acogieran
los brazos amorosos de tu Padre.
Esa ilusión da fuerzas en flaqueza,
sabes de mi desidia y mi desgana,
no necesito tan solo, Señor, que me redimas,
necesito aún más tu ejemplo y enseñanza.
¿Cómo podré salir de mis caídas?
¿Cómo veré la luz entre las sombras?
¿Cómo podré? Si Tú no te levantas.
Y a sí, con mano temblorosa, Tú te alzas
del barro abrazador que te reclama,
y me enseñas, Señor, a levantarme,
aunque para luchar no quede nada.

Aunque no quede nada, ahí estás Tú,
esperando que me alce de mi lodo,
para hacer que mi vida se haga pan,
lugar de entrega de todo para todos.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

OCTAVA ESTACIÓN

JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Tu bondad no tiene límites.
A pesar de unas fuerzas que te faltan,
abandonas tu paso vacilante
para ser, de unas madres, una lágrima.
No puedes callar. Su sufrimiento
alcanza las raíces de tu alma.
Olvidas la cruz, por un momento,
tu voz recobra la palabra:
No lloréis por mí pues yo me entrego,
mi dolor es fruto de esperanza.
Llorad por los que viven muertos
y habitan en nuestras mismas casas.
Conmigo pueden hoy, pero mañana…
Un latigazo y un silbido,
una patada, una nueva amenaza
interrumpen el diálogo de amor;
vuelven al aire nuevas lágrimas.
Señor, que no llore por Ti,
sino por mis pecados,
por mi falta de amor y mi desgana;
que después de llorar amargamente
se conviertan las lágrimas en hechos
que anuncien al mundo nuevamente
que, por amor, Jesús, en esa cruz
unía para siempre Tierra y Cielo.

Que no mire, Señor, la paja ajena,
que no juzgue sin tender la mano,
que prefiera morir y abrir caminos,
ser semilla de Dios para el hermano.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

NOVENA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

El presagio de muerte que hace tiempo
venía arañando tus entrañas,
es ya una realidad abrumadora
que te muele la vida y te anonada.
Nada queda de Ti que nos recuerde
que antes caminabas por las aguas,
que calmabas el rayo y la tormenta,
que saciabas el hambre de la nada.
Apenas eres sombra de tu sombra,
un hombre vacilante hacia la muerte
que no puede más y se abandona
sobre el suelo y la tierra maloliente.
Esto no es ya una caída, es una entrega,
un último abrazo al polvo primigenio
que un día nos dio forma y nos dio vida,
y al que un día, sin vida, volveremos.
No hace falta clavarte en esa cruz,
porque a esa cruz, Señor, ya te has cosido.
Por eso, Señor, no puedes levantarte,
por eso, Señor, ya estás cautivo.
Eres preso del amor y la esperanza,
por eso, Señor, estás caído.
Esperas, Señor, que me decida
a levantar tu cruz y hacerla vida,
que un gesto de amor, una caricia
ponga fin, por fin, a tus caídas.

No te bastaban ni una, ni dos,
Tuvieron que ser tres y dolorosas,
Sangre, látigo y Caído,
para que yo aprenda, al fin,
cual debe ser mi camino.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

DÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Has llegado deshecho hasta el tormento,
un puro quejido de atroz dolor tu rostro,
apenas amasijo de carne y sufrimiento,
un sentimiento de amor prendido en el silencio.
El orbe es un afán de clavos y maderos,
un trajinar de hombres contra hombros,
un estiramiento total a lo imposible
que hace aullar a la tierra y a los lobos.
Te han dejado de pie, en medio de la nada,
dejando que la sangre sea tu segunda piel,
para que así, al despojarte del vestido,
nazcas al Hombre-Dios que habrás de ser.
Desnudo estás del todo contra el mundo,
nada queda ahora mismo de tu ayer,
y mientras a los dados se juegan tus recuerdos,
un lamento rocoso te hace estremecer.

Que la desnudez de mis hermanos me interrogue.
Que la suerte del pobre no me haga enriquecer.
Que mis vestidos, Señor, sean tus vestidos
y sea tu mansedumbre la forma de mi ser.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

UNDÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Una mano brutal, sin miramiento,
te derriba desnudo en el madero,
y a clavos y martillos, sangre y fuego,
reducen lo que fue tu firmamento.
Tu mente busca ansiosa los recuerdos
que den significado a aquel desastre.
Pasan ante ti pescas y afanes,
panes multiplicados y múltiples Zaqueos.
Tiberiades de paz y de tormenta,
de certezas divinas y de dudas,
de vinos y amistades en la mesa,
de intrigas y acechanzas ya maduras.
De pronto, nervio y carne desgarrados,
te sacan del olvido y ametrallan
tu cuerpo lacerado a estertores
que destrozan lo más íntimo del alma.
Al fin estás inmóvil y en silencio
ante la turba fiera y despiadada
que estalla en risas y desprecio,
cuando tu humanidad es levantada.

Yo soy, Señor, la cruz en que te alzas,
los clavos y martillos que te atizan.
Soy yo, Señor, porque me cansa
vivir en plenitud tu amor y tu doctrina.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

DUODÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Ya estás solo en la cruz,
alzado sobre el mundo,
ausente de delitos y de luz.
Tú que eras la luz y eras la vida
contemplas tu noche y tu ocaso,
la destrucción de todo lo sembrado,
el abandono de todo lo querido.
Ya estás solo en la cruz,
y estás sintiendo frío,
Tú que diste a todos tu calor.
Tu calor que era el amor del Padre,
Pródigo en perdones y en olvidos,
en esperas siempre vigilantes,
en mensajes y abrazos no pedidos.
Ya estás solo en la cruz,
juzgado como un preso,
Tú que fuiste aire libre de esperanza,
esperanza feliz en la montaña
convertida ya en bienaventuranza
que libera al hombre sea cual sea
su realidad, su vida, su acechanza.
Ya estás solo en la cruz
y todo se oscurece.
Tú, que eres la vida, ves la muerte,
ves la muerte y sientes abandono,
ves al fin que todo se ha cumplido.
Y cierras los ojos, y te duermes,
y se destruye el tiempo en un suspiro,
porque así, con tu muerte,
ya estás solo en la cruz,
esa cruz, Señor, que soy yo mismo.

Necesito, Señor, que en mi vida Tú mueras,
que perdones todos mis desatinos,
porque así, tu sangre derramada,
limpiará, para siempre, mi egoísmo.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN

JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A SU MADRE

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

La palabra hecha carne se ha callado
mientras que de la cruz ya te desclavan.
Caen tus manos como raíces secas,
vivían para darnos la alegría,
inventaban caminos de infinito
porque el amor puede mover montañas.
Por eso, porque lo eran todo,
el odio crucifica la esperanza
en un intento vano de ocultar
que Dios cumple siempre su alianza.
En un gesto de humanidad perdida
te entregamos sus restos, ya qué importa.
Caen sus manos como raíces secas,
mientras su cuerpo en tu falda se derrama,
y un grito nacido en la noche de los tiempos
acaba enterrado en tu garganta.
El monte calavera es el testigo
de esa nana silente que le cantas,
de esa angustia honda y negra que te ocupa,
de ese dolor que te desgarra el alma…

Han pasado los siglos y ahí estás,
apoyada en “La Piedra” y solitaria,
esperando el milagro de que el odio,
termine al fin perdiendo la batalla.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO

V – Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R – Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

Solamente la tierra te llama con premura,
ansiosa de tu piel y tus abrazos,
y un mundo de sombrías calaveras
se adivina en tus ojos ya cerrados.
No te verán andar por los desiertos,
ni oirán tu voz los pobres y lisiados,
no irás a ver las barcas en el puerto,
ni tu sombra proyectará milagros.
Ya solo quedan las lágrimas y besos
que de tu piel los golpes han borrado.
Y ese dolor a mirra que te envuelve
rememora la noche de los Magos.
Han faltado la luna y las estrellas
a este réquiem de horror profetizado,
y aquellos, que amaste por entero,
nada quieren saber de tu fracaso.
La piedra pone fin a la sentencia
enterrando en ella tu sueño de hermandad.
El alba trae dolores de tu ausencia,
incomprensión y dudas, silencio y soledad.

No queremos, Señor, ser el sepulcro
donde acabe enterrada Tu Verdad.
Queremos ser luz y sal de los hermanos,
caminos de esperanza para resucitar.

V – Pequé, Señor, pequé.
R – Tened piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro…
Dios te salve María…
Gloria…