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Parroquias que suman caridad y compañía

Beato Álvaro de Córdoba. Tomás Pajuelo

“Hay más donantes con aportaciones más pequeñas”

En la zona de Poniente la pandemia ha pasado factura. Mientras suben los contagios, se registra un aumento considerable de peticiones derivadas de más familias que antes tenían economías saneadas y a las que la pandemia les ha obligado al cierre de sus negocios como autónomos, al tiempo que soportan gastos de hipotecas y suministros corrientes. Esta situación preocupa mucho al párroco Tomás Pajuelo porque “pagan piso, luz y otras cosas con cero ingresos puesto que desde que empezó la pandemia no han podido abrir sus locales”. Con menos ingresos en la parroquia, se ha mantenido la inversión en ayuda, haciendo uso de generosidad y trabajo voluntario. Especialmente la ayuda de la Cáritas Parroquial se destina a alimentos, de manera que los recursos de la familia se puedan destinar al pago de suministro y vivienda. En general, “capeamos el temporal”, asegura el párroco.

En esta Parroquia de Poniente, la renta media permitía vivir con desahogo a los vecinos; ahora el templo recibe hasta siete familias para ayudarlas mensualmente, una cifra que  “aunque parezcan escasa en perspectiva con otros barrios, supone un aumento significativo y un número nada usual en nuestra parroquia”, puntualiza el párroco .

Los ingresos de la Parroquia para desarrollar la acción pastoral han descendido un 40% ya que el confinamiento eliminó las colectas. A pesar de este descenso, los donativos a través de los bancos han crecido exponencialmente desde que empezó la pandemia porque “la gente se ha volcado y sigue siendo muy solidaria con los usuarios de Cáritas y las personas necesitadas”. El sacerdote recalca que el importe de estas donaciones es menor porque “la situación hace daño a la economía de todos. Sube el número de donantes, pero las donaciones son más pequeñas”.

“La cuenta de Cáritas está mejor provista para atender necesidades que antes de la pandemia”. Una conclusión que lejos de la complacencia permite al párroco de Nuestra Señora de la Consolación afirmar que por generosidad de los feligreses hay recursos “para atender las necesidades que puedan ir presentándose”.

La parroquia de la Consolación ha atendido a treinta familias desde el inicio del confinamiento hasta final de agosto, son las que regularmente se atiende en tiempo de normalidad. A estas personas se les suministra alimentos y se ayuda a pagar necesidades urgentes. En este tiempo de confinamiento y hasta la vuelta a la “normalidad”, una decena de familias se vio abocada a pedir ayuda.

En la actualidad, solo se presta ayuda a dos familias, un descenso rápido que ha sorprendido a Joaquín Pérez, párroco en un templo ubicado en uno de los barrios de expansión de Córdoba, donde viven familias con recursos. “Me ha sorprendido que no haya habido más familias, yo las esperaba, aunque no descarto a que sean más en poco tiempo”.

Hasta ahora la incidencia de la pandemia no ha sido tan grave como se pronosticaba “o como esperaba por todo lo que nos trasladan las noticias”. La parroquia ha seguido prestando ayuda “como se venía haciendo” mientras el párroco ha observado una disposición mayor a la donación de recursos por parte de la feligresía que ha podido sostener a personas que han soportado un ERTE o un despido.

Nuestra Señora de Consolación. Joaquín Pérez

“Cáritas está mejor provista para la ayuda que antes de la pandemia”

Cristo Rey y Nuestra Señora del Valle. José Ángel Moraño

“Aquí también hay pobres y personas necesitadas que lo pasan mal”

Esta Parroquia situada en la parte alta de Córdoba tiene un grupo de voluntarios que ofrecer caridad a quien se acerca. Desde aquí se ayuda a un grupo de sesenta personas repartidas en doce familias, aparte de personas que piden ayudas puntuales. Los ingresos de esta Cáritas procede del 10% de la colecta dominical, del día de la Caridad del Jueves Santo y de donativos específicos; un total de trece mil euros al año de los que se gastan entre quinientos  seiscientos euros mensuales en la compra de alimentos y para ayudas de recibos de alquiler, agua o luz. También para sufragar arreglos que faciliten a las familias la búsqueda de trabajo o reparación de electrodomésticos.

El párroco de Cristo Rey, José Ángel Moraño, asegura que la feligresía es muy sensible en cuanto a las necesidades, y “cada vez que tenemos que hacer una campaña específica o pedir algún donativo, la gente responde muy bien”.

Este sacerdote asume que sobre su parroquia pesa un estereotipo, quizás positivo, sobre la realidad social de su parroquia por estar

situada en una zona de mayor, lo que la población identifica con vecinos de alto poder adquisitivo, sin embargo, expone que “aquí también hay pobres y personas necesitadas que lo pasan mal”.

En sentido proporcional, las necesidades que puedan surgir en una familia de empresarios precisan de una atención social que escapa a las posibilidades de una parroquia, lo que significa que “no siempre la parroquia puede llegar hasta donde quisiera, ya que lo que hacemos dentro de una limitación propia de Cáritas”.

Los donativos cumplen el objetivo de dar cobertura al mantenimiento del templo y de la actividad pastoral, todo sale “del corazón de la generosidad de los fieles” un río de solidaridad al que le resulta imposible atender necesidades económicas que tengan que ver con inversiones fallidas o rendimientos bajos, por eso, lamenta el párroco, “nos quedamos cortos cuando una persona del barrio tiene un problema económico de envergadura”.

“No hemos llegado al agobio de otras parroquias”

Antes de la pandemia, la parroquia de Santa Rafaela María atendía a unas veinticinco familias al mes. Con esta demanda de ayuda, el grupo de siete voluntarios de Cáritas suma al reparto de alimento mensual la comunicación y el trato humano con las personas a las que ayudan. Los llaman, los visitan y hacen un seguimiento personal que “abarca más aspecto que la entrega de alimentos, que proceden de los donativos y del banco de alimentos”.

Diego Coca, párroco de Santa Rafaela María, relata cómo durante el confinamiento

el ayuntamiento le proporcionó una lista de familias necesitadas que la parroquia ya conocía, de las que tres eran “nuevas”, las circunstancias añadieron dificultad al reparto y encontraron voluntarios más jóvenes, trabajadores que estando en ERTE “se encargaron de recoger los alimentos y repartirlos por las casas con sus coche”. El párroco es consciente que “no hemos llegado al agobio de otras parroquias” y subraya que la población cercana a la parroquia “no es rica, pero pagan su hipoteca, de momento el paro no castiga mucho al barrio a excepción de esas 25 o 30 familias a las que ayudamos”. En este barrio lleno de familias jóvenes donde “no son todos funcionarios, ni médicos, ni maestros, sino personas que sacan adelante a sus familias, hay algunos que llevan tiempo en paro y seguiremos ayudándolos lo mejor que se puede”, termina el párroco.

Santa Rafaela María del Sagrado Corazón de Jesús. Diego Coca

San Miguel Arcángel. Pedro Cabello

“No quedará nadie fuera”

En pleno centro de la ciudad, la parroquia de San Miguel Arcángel tiene una feligresía de siete mil personas donde predominan matrimonios de mediana edad y personas mayores sin mayores problemas económicos. Comparten espacio urbano con una población migrante que vive de alquiler y está empleada en hostelería o como personal doméstico, muchos dedicados a la ayuda a domicilio de personas dependientes. La irrupción de la pandemia ha desdibujó esta foto fija durante años y casi duplicó el número de peticiones de ayudas: de doce a veintidós familias con unos sesenta miembros. Un tercio de esas familias son españolas, el resto latinoamericanas.

Durante el estado de alarma y el confinamiento, “mantuvimos el contacto telefónico directo con cada familia para ir conociendo sus necesidades más urgentes y seguir ayudándolas con la compra de alimentos”, explica el párroco, Pedro Vicente Cabello, que comprobó en aquellos días como la parroquia reunía a más voluntarios para hacer batas repartidas entre residencias de mayores y otros centros sanitarios.

Tras entrar en el periodo de “nueva normalidad”, se han duplicado el número de familias “y nos llegan otro tipo de necesidades más graves a causa de los pocos ingresos por los ERTES y los empleos precarios”. Estas necesidades son, sobre todo, deudas acumuladas de alquiler “con el riesgo de perder la vivienda y de suministros”. En este nuevo periodo se ha retomado las tarjetas monedero y el reparto de alimentos, y, de nuevo, “la respuesta de la comunidad parroquial ha sido impresionante, realmente ejemplar, sin necesidad de pedir dinero, incluso cuando no se hacían colectas”.

Esta “sensibilidad tremenda” ha permitido a “salir al paso de cada una de las necesidades porque se vuelcan con los más necesitados”. El párroco es consciente de “el tiempo duro” que se avecina en el que “se irán multiplicando las necesidades“, pero su convencimiento es más fuerte: “no quedará nadie fuera”, sentencia.