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Misioneros cordobeses para la esperanza

ANTONIO JAVIER REYES

«No hacen falta adornos para celebrar la vida de fe»

Este año me toca vivir el Domund en tierra de Misión. Cuanto uno está en un país de misión donde los caminos a veces son intransitables y una dura batalla el hecho de llegar a algunos sitios, uno se da cuenta de esa expresión del Señor cuando en el Evangelio dice “rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Uno se da cuenta aquí de la suerte que ha tenido en su vida de fe de vivir en un país en el que hay muchas iglesias, muchos sacerdotes, una gran vida apostólica y se da cuenta también de la precariedad de los medios que se encuentran en los países de misión.

Aquí las lagunas son muchas a nivel familiar, de recursos, educacional, sanitario y de fe. Afortunadamente existe en cada comunidad cristiana en los más de 117 pueblos que dependen de la parroquia de Picota esos cristianos que fieles al bautismo y renovando ese compromiso con el Señor, mantienen la vida de fe en las pequeñas comunidades cristianas. A veces poder llegar para celebrar la eucaristía es un motivo de fiesta para todo el pueblo, los templos se quedan pequeños porque viene el padresito varios días a atender a varios pueblos y ese deseo de encontrarse con el Señor, celebrar la eucaristía o recibir el sacramento de la penitencia de la confirmación o el bautismo, es lo más maravilloso. En el fondo, lo que nosotros hacemos ordinariamente aquí se vive muy extraordinariamente porque es muy difícil la llegada del sacerdote.

¿Qué aprende uno aquí? En este año que el Papa nos convoca a todos a un Sínodo es muy urgente despertar la conciencia adormecida de la corresponsabilidad en la Iglesia. La misión evangelizadora de la Iglesia no es solamente patrimonio de los sacerdotes o de la vida religiosa. La presencia de corazones enamorados del Señor que comparten lo que han visto y oído es crucial.

En el año que llevo en este país de misión una de las cosas que más me alienta es la labor incansable de animadores que se toman muy en serio las vivencias del Evangelio. Cuando algunos van a apoyarse a otros, andando a veces varias jornadas de camino, los encuentros de los animadores tres veces al año o los retiros de un día que vamos haciendo en distintas localidades donde nos agrupamos por sectores, vemos que no hacen falta tantos adornos y cosas prescindibles a la hora de celebrar la vida de la fe. Hace falta potenciar el encuentro personal con Jesucristo en la propia vida, actualizar lo que significa vivir la vida en gracia y tomarse en serio el mandato misionero del Señor para todos los bautizados.

Le pido al Señor ser signo eficaz, pero sobre todo ser instrumento en sus manos. La vida religiosa aquí es de gran estímulo y son para mí un motivo de aliento pero también un motivo de denuncia silenciosa porque la entrega generosa se manifiesta en el campo de apostolado y te denuncian la incoherencia de tu propia vida.

En este mes misionero, le pido al Señor la gracia de tener los ojos bien abiertos y los oídos bien atentos para no perderme nada de lo que el Señor quiere ir sembrando en mi vida como sacerdote. Ser sacerdote es ser instrumento en las manos de Cristo para que sea Él el que vaya haciendo presente la llegada del Reino de Dios en este mundo. A los hermanos en la vida de fe en los países más desarrollados les diría que el Señor un día nos va a pedir cuenta de la responsabilidad a la que el Señor nos envía. Tenemos que pasar del cristianismo pasivo a un cristianismo más comprometido, más auténtico en la vivencia de la vida de fe. Tenemos que tomarnos en serio que todos estamos llamados a hacer presente la cercanía del Reino de Dios.

Pido también que no se olviden de la oración por la vida de fe de los que viven más alejados o tienen más dificultades para celebrar los sacramentos y una vivencia más auténtica y radical, tenemos que aprovechar los dones que va poniendo el Señor en nuestras vidas para que los compartamos poniéndolos en ejercicio. Pido que sean solidarios con las colectas que a veces no son necesarias, son imprescindibles para llenar el tanque de gasolina o para ayudar a tantos enfermos que demandan atenciones. También pido para la evangelización, las comunidades cristianas necesitan para el mantenimiento, las inclemencias del tiempo hacen verdaderos estragos.

La Iglesia de Córdoba se toma muy en serio lo que significa compartir y son muchas las aportaciones generosas que hacen los cordobeses. En el fondo es tener tesoros en el cielo, cada vez que ejercitamos la caridad es una manera de darnos a nosotros. Lo importante no es dar de lo que sobra sino darnos a nosotros mismos.

PABLO OSTOS

«En Mozambique está mi gente»

En el Colegio de Lasalle  de Córdoba conoció Pablo Ostos Muñoz a los primeros misioneros, cuando con motivo del Domund visitaban el centro. Eso le marcó tanto que  a lo largo de los años aquel contacto ocasional se hizo imprescindible para iniciar “la búsqueda del sentido de mi vida”. Después de hacerse Ingeniero Técnico Industrial y trabajar durante de 6 años  en distintos lugares optó por irse a Perú con una ONG para trabajar con los niños de la calle y es en ese momento “vi en el Evangelio como un camino de vida”. En ese compromiso encontró la experiencia de Dios y la preocupación del Señor por quienes no viven con dignidad. Años más tarde, el junto a otros tres hermanos combonianos, realiza su misión en Tete, ciudad de la provincia del mismo nombre, al centro oeste del país. Desde allí, en la parroquia de Chitima con más de treinta y cinco mil habitantes, describe su vida misionera como una experiencia de continuo crecimiento en la fe porque pronto vio que “había recibido mucho y quería darlo todo”, así se consagró a Dios, dispuesto a ayudar a los más necesitados.

Echando la vista atrás, narra cómo entró en el Instituto Misionero Comboniano del Corazón de Jesús y empezó su formación en España y Portugal. En Écija hizo los primeros votos,  a su tierra natal, donde fue bautizado, quiso volver para simbolizar la raíz de su vocación misionera y la  de todos los bautizados: “el bautismo nos lleva a un compromiso de Vida”, asegura. En Bogotá ha trabajado durante tres años con los indígenas en el Pacífico, una experiencia importante en medio del conflicto de las guerrillas que ha ido creando un poso de experiencia decisiva. En 2006 llegó a Mozambique y realizó nuevos votos en Córdoba para regresar otra vez al país africano, a la diócesis de Tete que con la misma superficie que Andalucía cuenta solo con 22 sacerdotes diocesanos, el resto son religiosos. Esta diócesis tiene una estructura de ciudad con las problemáticas típicamente urbanas y cuenta con una extensa periferia que es  zona de evangelización. Hay comunidades que deben seguir formando otras nuevas, un “desafío es que queremos que sean estos cristianos los que evangelicen”, puntualiza el hermano comboniano.

Córdoba en la distancia

Los vínculos familiares con Córdoba quedan renovados cada tres años cuando por espacio de tres meses regresa a la ciudad donde creció dejando atrás esa otra familia del corazón con la que no le falta cariño, “allí está mi gente, se hace verdad el Evangelio: deja atrás a tu madre, padre o amigos y tendrá más amigos”. Para él “la alegría más grande es sentirme familia, el reino de Dios es vivir como hermanos, en esta Iglesia se trabaja juntos. Evangelizamos juntos en las comunidades: es la satisfacción más grande, aunque a veces el desafío está en el contraste cultural”.

En Mozambique ha encontrado “amigos, papás y mamás”. Para el hermano Pablo, no tener necesidades básicas es una bendición. Valora mucho la alimentación que el país africano le proporciona y la garantía para realizar su misión que representa “no sufrir hambre, ni necesidades básicas; no hay jamón serrano, pero hay otras delicias”, afirma con rotundidad. Este misionero consigue resaltar la grandeza de su tierra de misión con la sencilla explicación de las propiedades de las frutas que consume cultivadas por él, “algo que allí no probáis”. Una razón más que contiene todo el respeto a la riqueza de una cultura y una demostración más del amor que siente por el país africano.

Alegría a pesar de la escasez en tiempo de Covid

La generosidad de la tierra contrasta con los escasos recursos sanitarios de la zona y las distancias insalvables para obtener servicios básicos más allá de “comprobar si tienes malaria o Covid”. Admira a las mujeres africanas y a sus hijos, ellos representan la fortaleza en un ambiente duro donde cargar agua o leña caminando es una obligación diaria para la supervivencia. En medio de la dureza, la mujeres se muestran confiadas y “mantienen su feminidad, su alegría, su sentido del humor” ante condiciones más que adversas. Los niños han heredado la misma actitud, “llenos de alegría y vitalidad” ; una fortaleza infantil que sigue maravillando al hermano Pablo, al igual que los hombres que deben conseguir dinero para su familia cercados por la necesidad y la escasez “sin perder la alegría y la humanidad”, a pesar de la injusticia que generan “determinadas creencias fetichistas”.

El último año en Mozambique ha sido “el año más complicado de mi vida a causa del Covid, que contraje dos veces”, ya vacunado habla de las limitaciones impuestas por el virus.

El Domund es una campaña para cuestionar nuestra fe, mi compromiso cristiano. Nos invita a hacer un examen de mi fe: ¿Cómo es mi caridad?

Es una fiesta importante porque la base del cristiano es ser misionero