La Llegada
La llegada a Picota de la expedición cordobesa fue una fiesta. Al aterrizar en Perú, los sacerdotes y el Obispo de Córdoba fueron recibidos por el Obispo de Moyobamba, varios sacerdotes y religiosas cordobesas, para dar la bienvenida a quienes trabajarían para evangelizar aquellas tierras. Comenzaba así la misión diocesana de Córdoba en Picota. Días antes, monseñor Demetrio Fernández había manifestado su alegría por aceptar el ofrecimiento de los sacerdotes para viajar a tierras de misión.
El Obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández firmó entonces un convenio con el Obispo Prelado de Moyobamba de mutua colaboración, por el que se establecía un puente misionero para atender a la parroquia de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro en Picota, a la que fueron destinados los dos sacerdotes diocesanos de Córdoba. Esta parroquia contaba entonces con más de 80 comunidades. Diez años después, aquella hermosa extensión de nueve provincias al norte de Perú es signo de comunión entre la prelatura de Moyobamba y el Obispado de Córdoba y destino de sacerdotes, seglares y seminaristas que estimulan la evangelización, asumen y respetan su cultura y atienden las necesidades de la población.
Aquel día, del que se cumplen ahora diez años, el Obispo aseguró que llevaba a dos
“estupendos sacerdotes a la Prelatura, como son el Padre Juan y el Padre Francisco, que han sido destinados por Mons. Rafael Escudero a la parroquia de Picota, dentro de la Prelatura de Moyobamba”, junto a otro sacerdote, que les acompañaría en estos primeros meses, el Padre Sergio. Mons. Demetrio Fernández aseguró allí que “la Iglesia de Córdoba debe cumplir el mandato misionero de Jesucristo, y por ello se desprende de estos dos sacerdotes, porque piensa que la Prelatura de Moyobamba está más necesitada” y afirmó que en nuestra Iglesia “no damos de lo que nos sobra, damos de lo que necesitamos para vivir”.
En aquel primer viaje, el Obispo tuvo la oportunidad también de dar a conocer los orígenes de nuestra Diócesis y explicar que desde ahora se inaugura un nexo fraterno con Moyobamba para colaborar en la tarea
misionera que Jesucristo ha confiado a su Iglesia: “Vayan al mundo entero y anuncien el Evangelio a todas las naciones”.
En aquel momento, el Obispo tuvo ocasión de explicar el respaldo que toda la Diócesis dispensaba a esta misión y agradeció a su antecesor, D. Juan José Asenjo, actual Arzobispo de Sevilla, quién desde tres años animó a los seminaristas, sacerdotes y fieles a vivir una experiencia misionera en Perú.
Desde 2010 hasta el momento son seis los sacerdotes diocesanos que han sido misioneros en Picota: el P. Francisco Granados, P. Juan Ropero, P. Leopoldo Rivero, P. Francisco José Delgado, P. Rafael Prados y P. Antonio Javier Reyes.
PICOTA EN CIFRAS HOY
Picota es una parroquia de
2.172
kilometros cuadrados,
con una población de unos
46.000
habitantes, el 80% de ellos católicos.
Según datos de la prelatura de Moyobamba, en los últimos diez años se han celebrado
5.383
bautismos de niños, jóvenes y adultos,
2.807
confirmaciones y
501
matrimonios.
Cuenta con 40 catequistas y 130 animadores que atienden a 110 comunidades rurales.
En el verano de 2007 viajó por primera vez a Moyobamba, pero fue en agosto de 2012 cuando recibió el encargo pastoral del Obispo de Córdoba de ser misionero en Picota. Ese destino lo vivió con “un vuelco en el corazón porque la misión la llevamos todos los cristianos dentro” y la confianza se abrió paso “porque es Dios el que te envía”. Sustituyó a Francisco Granados, que Junto a Juan Ropero habían sido los primeros en llegar y “me encontré un grupo de sacerdotes de Toledo que junto al monseñor Escudero estaban llevando una labor ingente en todas las provincias de la prelatura de Moyobamba”, un encuentro con hermanos sacerdotes que “representa una de las riquezas de la misión”. Para el párroco de Nuestra Señora de la Esperanza de Córdoba, “en la misión te desarrollas más como sacerdote”, un impulso que se obtiene de la relación de la pobreza con Dios y “la apertura a la Gracia de las personas es lo que más te llena”.
Sus recuerdos están poblados de personas que nunca reniegan de Dios a pesar de las dificultades. Hasta noviembre de 2016 fue
testigo de la llegada de comunidades como la de las hermanas Obreras del Sagrado Corazón de Jesús a la casa hogar Virgen de Araceli en Shamboyacu o la presencia de seglares, médicos y seminaristas que “enriquecen mucho el vínculo entre Córdoba y Picota”.
Durante su estancia en Picota, Leopoldo Rivero recibió a Francisco José Delgado. Compartir con él la misión “te ayuda ver mejor la riqueza de la llamada que el Señor te ha hecho y como los discípulos damos gracias a Dios”. El agradecimiento de este sacerdote se extiende a las comunidades de origen de los misioneros que “también se sienten enviados y apoyan a la misión”, a la Diócesis y al Cabildo Catedral de Córdoba que ha financiado el centro pastoral, la casa hogar y su mantenimiento. No olvida a Cáritas en su agradecimiento y solo tiene gratitud para esta tierra porque fueron cuatro años “que enriquecieron mi vida sacerdotal”. Tiene para siempre un trozo de corazón en Picota. “Ellos siempre te dan más”, concluye.
CARTA DEL OBISPO PRELADO DE MOYOBAMBA AL OBISPO DE CÓRDOBA
“Desde el 2010 hasta el momento son seis los sacerdotes que han pastoreado la parroquia de Picota. El testimonio sacerdotal de estos hermanos ha sido y es admirable por su amor al Señor, su fidelidad a la Iglesia y su entrega constante
y desinteresada al servicio de la evangelización y de la caridad. Su actividad misionera se ha puesto de relieve en la organización pastoral y en la administración de la parroquia que,en estos diez años,ha experimentado un notable impulso en la vida cristiana”.
FRANCISCO GRANADOS
«En Picota tienen una verdadera hambre y sed de Dios»
Dios está presente en cada latido de la misión. Lo sabe Francisco Granados que atesora el mayor número de años de servicio en Picota como sacerdote diocesano. Dos etapas separadas por algunos años para abrazar la promesa de Dios que da “el 101%, la vida eterna, ya aquí” cuando se sigue radicalmente y en el despojo de todo, “el Señor te bendice con su gracia”.
Francisco Granados ha recorrido de parte a parte la provincia de Picota, se ha mezclado con su gente, ha impartido sacramentos donde no se recordaba la presencia de un sacerdote y ha llorado y reído con la gente humilde que “tiene una fe viva”, pero necesitada de acompañamiento y formación. Ha visto rescatar el Sagrario tras las inundaciones y encender cientos de velas al conocerse la pandemia. Es un pueblo de fe muy viva, reflexiona el actual párroco de Santa Teresa, que confiesa “la impotencia de no poder llegar a todos los lugares y a todas la personas como quisieras”. La presencia de sectas desvirtúa mucho la verdadera fe y hacen difícil también la tarea de la evangelización. Por eso, urge la formación de agentes de pastoral y animadores de aquellas comunidades para que ellos sean los que acompañen en el camino de la fe ante la ausencia de sacerdotes.
Una necesidad muy presente porque “la fe que viven es una fe sincera, una fe hambrienta, tienen una verdadera hambre y sed de Dios, de formación”.
Francisco Granados habla con viveza del pueblo que conoce, que vive con la sencillez y la simplicidad del Evangelio. “Allí uno palpa como se encarna la verdad del evangelio y como muchos pasajes del evangelio y muchas palabras de Jesús cobran allí un realismo muy especial”, explica, mientras aclara que “eso no quiere decir que aquí no se viva la fe, claro que se vive también, pero gracias a Dios hay sacerdotes que predican la palabra de Dios”.
En Picota hay un sentido de pertenencia a la diócesis de Córdoba y se percibe en sus habitantes cuando reciben a los sacerdotes. Existe un vínculo de afecto y cercanía en la oración, en la ayuda material; vínculo fortalecido por la experiencia misionera de seglares conducidos hasta allí por la Delegación Diocesana de Misiones. Esta presencia que demuestra que “la Iglesia de Córdoba es rica, gracias a Dios, en sacerdotes y debemos compartir esa bendición con otros países y otras comunidades que los necesitan”.
JUAN ROPERO
«La misión me reforzó como persona»
Juan Ropero fue el primer sacerdote que viajó hasta Picota aquel 12 de octubre de 2010. Una década después recuerda cómo fueron los prolegómenos de su partida. Era entonces párroco de Aguilar de la Frontera y “la vivencia de antes de partir fue muy fuerte, vivía un ministerio lleno y pleno cuando me fui”. El anuncio del nuevo destino pastoral le hizo acercarse aún más a Dios, y le anticipó el significado que tenía “dejar todo por seguir al Señor”. La llegada allí representó para él un gran impacto. Él Junto a Francisco Granados fueron los primeros en llegar a la misión diocesana, representó un reto y “un vivir abandonados a las manos de Dios” porque “éramos conscientes que los cimientos los ponía el Señor” y por eso, este sacerdote vivió “a la escucha de lo que Dios nos pedía y trabajando incansablemente por el Evangelio”.
En los primeros meses de misión, este sacerdote supo que su ocupación lo obligaba a una purificación personal porque “tienes la tentación de mirar constantemente atrás”, la oración lo condujo a descubrir que una implicación plena lo llevaría a despojarse de todo lo vivido en Córdoba y comprendió que la “soledad es mayor si uno mira hacia atrás”. A partir de entonces, su ofrecimiento se convirtió en “una desconexión” con la vida de antes para experimentar “una felicidad más plena”. Sentirse como uno de ellos y vivir su misma vida lo llevó a “ser de ellos” y representó una inmersión en sus tradiciones y de su cultura que “me reforzó como misionero y como persona”.
Volver para Córdoba fue muy costoso, “me costó más venir que marcharme porque había echado raíces y había probado la bendición de Dios a la misión.”.
LEOPOLDO RIVERO
«Todos los cristianos llevamos dentro la misión»
En el verano de 2007 viajó por primera vez a Moyobamba, pero fue en agosto de 2012 cuando recibió el encargo pastoral del Obispo de Córdoba de ser misionero en Picota. Ese destino lo vivió con “un vuelco en el corazón porque la misión la llevamos todos los cristianos dentro” y la confianza se abrió paso “porque es Dios el que te envía”. Sustituyó a Francisco Granados, que Junto a Juan Ropero habían sido los primeros en llegar y “me encontré un grupo de sacerdotes de Toledo que junto al monseñor Escudero estaban llevando una labor ingente en todas las provincias de la prelatura de Moyobamba”, un encuentro con hermanos sacerdotes que “representa una de las riquezas de la misión”.
Para el párroco de Nuestra Señora de la Esperanza de Córdoba, “en la misión te desarrollas más como sacerdote”, un impulso que se obtiene de la relación de la pobreza con Dios y “la apertura a la Gracia de las personas es lo que más te llena”.
Sus recuerdos están poblados de personas que nunca reniegan de Dios a pesar de las dificultades. Hasta noviembre de 2016 fue testigo de la llegada de comunidades como la de las hermanas Obreras del Sagrado Corazón de Jesús a la casa hogar Virgen de Araceli en Shamboyacu o la presencia de seglares, médicos y seminaristas que “enriquecen mucho el vínculo entre Córdoba y Picota”.
Durante su estancia en Picota, Leopoldo Rivero recibió a Francisco José Delgado. Compartir con él la misión “te ayuda ver mejor la riqueza de la llamada que el Señor te ha hecho y como los discípulos damos gracias a Dios”. El agradecimiento de este sacerdote se extiende a las comunidades de origen de los misioneros que “también se sienten enviados y apoyan a la misión”, a la Diócesis y al Cabildo Catedral de Córdoba que ha financiado el centro pastoral, la casa hogar y su mantenimiento. No olvida a Cáritas en su agradecimiento y solo tiene gratitud para esta tierra porque fueron cuatro años “que enriquecieron mi vida sacerdotal”. Tiene para siempre un trozo de corazón en Picota. “Ellos siempre te dan más”, concluye.
FRANCISCO JOSÉ DELGADO ALONSO
«Doy gracias a Dios por vivir esta experiencia misionera»
La presencia misionera de la diócesis de Córdoba en la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Picota es motivo de “gozo por ese derroche de gracia misionera con el que el Señor nos ha bendecido a los que hemos tenido la dicha de trabajar en esta misión”. Así se expresa el sacerdote Francisco José Delgado, párroco de Nuestra Señora de los Remedios de Cabra que no imaginaba que el Obispo de Córdoba pensara en él para enviarlo a tierras peruanas. Años después de la petición de don Demetrio, mantiene su “sorpresa mayúscula por confiarle aquella misión” y ahora, atesora aquella experiencia misionera como un don de Dios que le costó asumir por “el desgarro que supuso tener que dejar mis parroquias de Hornachuelos y la cercanía de mi familia”. Cuando fue consciente de que era “Dios mismo por medio de mis superiores el que me enviaba pude vencer muchos miedos”, abrazó su destino pastoral con el amor de un padre. Años después no duda en asegurar que “la misión engancha”.
Tras haber servido a la Iglesia durante cuatro años como párroco en aquellas tierras, me “faltan horas al día para dar gracias a Dios por haberme permitido vivir esa experiencia misionera». Para este sacerdote este es un tiempo lleno de bendiciones y un enriquecimiento para su vocación sacerdotal representaron el florecimiento de su ministerio.
Los más pobres de Picota han mostrado a este sacerdote la grandeza de la fe en Cristo. Una pobreza material que contrasta con “la generosidad desmedida” mostrada por ellos en este tiempo de convivencia. Gente, asegura el párroco, que está “hambrienta de Dios”, por eso poder llevar a Cristo a tanta buena gente es la mayor concesión más generosa que Dios le ha hecho a su sacerdocio. La carencia que presentan sus vidas ha sido para Francisco José Delgado objeto de su misión, un ofrecimiento que, en cambio, se transforma en una donación de ellos hacia el sacerdote:
“tú que vas dispuesto a dar y a darte, recibes infinitamente más de ellos”, asegura rotundo. Y así el Señor “te da una lección que te marca la vida para siempre”.
Los recuerdos de cuatro años en la misión representan para Francisco un legado del que nunca se desprenderá. Esas experiencias que guarda en el corazón le traen a la memoria su llegada a algunos poblados en plena selva amazónica donde jamás antes habían tenido la presencia de un sacerdote entre ellos. La celebración de la eucaristía “por primera vez
allí, junto a sus humildes pobladores y poderles administrar los sacramentos es un don del cielo impagable”. Ni un solo día deja de rezar por los hermanos que allí se quedaron después de “haberme enseñado y dado todo”. Su anhelo es volver a Picota, encontrarse de nuevo con su gente. Y mientras desempeña con entusiasmo su labor pastoral en Cabra, cada día recrea aquellas situaciones que “Dios me concedió para ver auténticos milagros a diario”.
RAFAEL PRADOS
«La misión es un auténtico privilegio y un don de Dios»
Este joven sacerdote ya había estado en Picota como seminarista. Su vocación misionera llegó muy pronto, “una auténtica llamada de Dios dentro de la llamada a la vocación sacerdotal”. La primera experiencia de un mes en Picota es anterior a la llegada de los dos sacerdotes que llegaron a la misión en 2010. Para él, el contraste con la vida de Iglesia
que conocía en Córdoba acaparó toda su atención desde el principio. Comprobó como en nuestra tierra “encuentras en diez minutos un lugar para celebrar la santa misa”, mientras en Picota no vivía ni un sacerdote para una población numerosa que les pedía a los seminaristas con lágrimas en los ojos que “regresáramos siendo sacerdotes para poder tener al menos una misa al mes”.
Esa experiencia le tocó el corazón y “desde entonces ha latido en él ese deseo de regresar algún día a Picota siendo sacerdote”. Un deseo que se hacía presente en cada oración y en cada ruego, “pidiéndoselo a Dios
y poniéndome en manos del Obispo, el Señor tuvo esa misericordia de enviarme”, celebra con la serenidad de su entrega.
es el benjamín de cuantos sacerdotes han servido a la misión de Picota que para él significa “llevar el Evangelio desde cero a personas que apenas han oído hablar de Jesús y María”, algo que para él representa un estímulo constante en tierras peruanas donde es posible llevar la buena noticia de la redención a tantas personas que “viven perdidas en medio de pobreza no solo material, sino también espiritual”. Rafael Prado quiere ser “ese puente” porque sabe que
Dios bendice a estas personas a las que Él ama y esa certeza es “un auténtico privilegio y un don de Dios”. Este joven sacerdote rechaza halagos, “no me gusta que me digan que estoy haciendo algo extraordinario por estas almas y Dios, no; me siento yo el privilegiado como sacerdote donde se necesita para llevar los sacramentos”. Sus palabras suenan entusiasmadas cuando acaba agradeciendo a Dios esta misión y pide “que le dé la gracia para ser buen pastor, según su corazón y que mis faltas no obstaculicen el encuentro de estas personas con el Señor”.
ANTONIO JAVIER REYES
«En Picota todo es diferente»
Apenas ha tenido la oportunidad de celebrar algunos sacramentos y ya ha comprobado la sencillez y la humildad de la gente de Picota. En muy pocos días ha visitado poblados y ha visto como alguien ha viajado ocho horas para conocer al nuevo “padrecito”. El sacerdote Antonio Javier Reyes ha sido el último misionero diocesano en llegar a Picota, después de su nombramiento por el Obispo de Córdoba en junio pasado. Ha atravesado caminos de tierra y extensas llanuras hasta alcanzar la selva amazónica y encontrarse con hermanos nuevos a los que amar y mostrar el amor de Cristo. En estos días, está prevista su toma de posesión. Será cuando monseñor Escudero, obispo prelado de Moyobamba, viaje hasta la parroquia de Nuestra Señora del Socorro, donde compartirá la tarea pastoral con Rafael Prados, a punto de cumplir tres años de misión allí.
Su futuro sacerdotal está cerca de quienes menos tienen. Ellos lo han recibido con los brazos abiertos, en medio de mensajes de bienvenida que dejan a las claras la sed de Dios de un pueblo que tiene en la Iglesia amor y pan. Desde su llegada no ha parado de conocer a las personas que ahora son sus feligreses, ha revisado infraestructuras, conocido a los religiosos y seglares que trabajan en la zona y ha visto como la amistad ha prendido ya entre ellos. Desde allí se sigue refiriendo a “sus queridos fieles de Córdoba” para trasladar las
primeras vivencias que ya atesora. “Cuando uno llega a la misión hay desconcierto”, apunta este sacerdote que deja prendido en la feligresía de Santa Teresa el olor de una despedida repleta de cariño.
En sus primeros días ha podido comprobar como “todo es diferente”, desde el acento hasta el uso del tiempo, el paisaje y el clima. En plena pandemia, Antonio Javier Reyes ha cruzado el Atlántico y allí “la gente extrema las medidas y es obligatorio el uso de la mascarilla” pero el
temor al contagio existe. Para este sacerdote su marcha a Picota representa una renovación en su ministerio, una oportunidad de iluminar su vocación al lado de los más pobres. En Picota se siete recién llegado, pero nuca solo, porque su fe en Cristo y la confianza en que es la Virgen María, su guía, lo han colmado de proyectos. A su lado, un hermano sacerdote para compartir la experiencia única de la misión.