El grupo de misioneros lo conforman los sacerdotes Leopoldo Rivero y Miguel Ramírez, a ellos se han sumado también un matrimonio dispuesto a vivir una experiencia misionera de la mano del Señor y unidos en la oración. Una manera distinta de celebrar el trigésimo séptimo aniversario de boda. Rafa y Julia comunican alegría y decisión con sus palabras, mientras que Leopoldo Rivero vive un reencuentro atravesado por el hecho de tener que consolar a la familia por la muerte de un niño de doce años al que bautizó durante su servicio de cuatro años en Picota.
¿Qué representa para un sacerdote volver al lugar donde ya prestó servicio como misionero?
Leopoldo: Una bendición porque revives la misión los cuatro años que estuve aquí, igual que todos los que pasamos, dejas parte de tu corazón y representa el ver más a flor de piel el don que Dios nos da de la vocación. En mi caso sacerdotal, de cómo compartirla y vivirla con lo más sencillos y en tierras donde hay tanta sed de Dios y donde uno vive de ello en cada momento, con mucha intensidad.
Sin duda usted habrá reconocido lugares, personas que también a usted lo habrán reconocido, pero ¿ha comprobado algún cambio reseñable en las comunidades, entre los animadores, las familias?
Sí, he visto de todo, con el tiempo va avanzando todo, hay más capillas construidas, la pastoral está cada vez con más gente participando y ves como Dios va bendiciendo la labor que se está haciendo. Los padres que hay, Antonio Reyes y mi hermano Nicolás Rivero, siguen la labor que se ha ido realizando todos estos años. En las comunidades te vas encontrando comunidades con más jóvenes, con más grupos y con más ganas. Llevamos una semana sin parar, yendo de un pueblo a otro y damos gracias a Dios porque están deseando de tener a Dios cerca. Lo más importante que nos toca a nosotros es esa unión entre pobreza y Dios, porque como dice Jesús “más alegría hay en darse que en recibir”. Veo ese avance que se está realizando y que aún queda mucho que hacer, pero vemos la mano de Dios en todas las acciones y en todas las comunidades.
Vemos mucha alegría en redes sociales cuando nos muestran esas imágenes de comunidades que salen al encuentro de los cordobeses y de los sacerdotes que han viajado hasta allí ¿cómo reciben a un “padresito” en este lugar de la selva amazónica?
Con todo el cariño porque ellos ven a Dios en los sacerdote. Constantemente estamos siendo ministros de Cristo a flor de piel y ellos te reciben como al mismo Cristo. Llevamos días participando en las comunidades más cercanas a Picota y vamos a subir también a comunidades de altura, donde el recibimiento es mucho mayor y la verdad es que me quedo desbordado del cariño, del cómo se vuelcan y la alegría de compartir la fe. Eso es lo que a uno le llena de gozo porque te reciben dándose ellos mismos y la verdad que uno se siente desbordado porque los “padrecitos” pasamos, pero Dios permanece y ellos se alegran con todo el corazón.
¿Cómo ha encontrado a su hermano?
La juventud católica colombiana está sedienta de una transformación de la Iglesia en Colombia. Es una Iglesia tremendamente mar-cada por la tradición que a veces termina rallando con el dogmatismo y para muchos jóvenes está perdiendo sentido. Seguimos las tradiciones solo porque son tradiciones y estamos sedientos de llenar de sentido nuestros símbolos católicos. A través de los movimientos juveniles las comunidades se crean en torno a esta necesidad de poder conectar y tener vínculos verdaderos con la gente que comparta lo que siento, porque aun-que estamos más conectados que nunca, muchos jóvenes se sienten tremendamente solos porque sien-ten que no tienen a alguien a quien contarle lo que están viviendo.
Las comunidades cristianas para los jóvenes terminan siendo un lugar de encuentro y eso le da sentido a la religión católica.
«Aquí estamos, dispuestos»
Rafa y Julia son un matrimonio de la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza de Córdoba que se ha decidido a hacer la misión, a seguir a su párroco y cruzar el océano para mostrar a Cristo. Todo comenzó en el verano de 2021 cuando el párroco de la Esperanza Leopoldo Rivero les propuso viajar hasta allí y se dispusieron a dar gracias a Dios por su matrimonio haciendo este viaje que nunca pensaron.
Un viaje así tiene de fondo la celebración de su trigésimo séptimo aniversario de boda, un tiempo muy especial porque “cruzábamos el charco y tras un largo viaje al llegar a Tarapoto nos esperaba el padre Nicolás y todos los miembros de la expedición nos subimos los dos todoterrenos que tienen para dirigimos a Picota. Desde el principio han podido comprobar que cuando uno se entrega a la misión no caben planes preconcebidos, “no puedes aferrarte a un plan porque siempre tienes que estar alerta para lo que el Señor quiera de ti”. Viajando a Picota, anunciaron al sacerdote Nicolás Rivero de la muerte por accidente de un niño de 12 años en un accidente de tráfico. Se dirigieron al velatorio para dar consuelo a una familia destrozada. Este chico había sido bautizado por Leopoldo Rivero durante su servicio allí como misionero.
Así comenzaba un viaje que para Rafa y Julia, unidos en la misión a Leopoldo Rivero, mientras que el resto del grupo llegado de Córdoba se han puesto a disposición de Antonio Javier Reyes y el joven sacerdote Miguel Ramírez. Para Julia, la acción diaria de acompañamiento a la comunidad cristiana resulta cada día dinámica y reconfortante. Cada día recorren el territorio por poblados distintos, visitando casas, impartiendo bendiciones y colocando distintivos para que se reconozca a cada hogar católico.
En las eucaristías diarias los misioneros comparten su testimonio, “nosotros en concreto damos testimonio de nuestros treinta y siete años de matrimonio católico”, afirma Julia alegre por el camino recorrido de la mano de Rafa. Además, dan catequesis a niños de diez y doce años y comprueban en cada encuentro el deseo que tienen de ser amigos de Jesús. Su función se amplía con los novios, cuando acompañan a Leopoldo en catequesis de novios.
Rafa y Julia tienen mucho que compartir. En sus primeros contactos con la población, comprobaron que las uniones para siempre están muy devaluadas, “no tienen plena conciencia de lo que es el matrimonio y la gracia que Dios derrama sobre cada matrimonio”. Queda trabajo por hacer y reconocen en estos encuentros ha sido muy enriquecedor para ellos.
Después de treinta y siete años, este matrimonio católico tiene mucho que contar a una población que a veces, igual que pasa entre nosotros, está presidida por las rupturas matrimoniales. Sus explicaciones están llenas de vida y de experiencia, “hemos explicado que llevamos treinta y siete años de matrimonio y que ha sido gracias a la gracia que se ha derramado en nuestro matrimonio”, porque, según explica el esposo, “ningún matrimonio es una balsa pero gracias a la presencia del Señor en nuestra vida hemos conseguido siempre solventar cualquier incidencia.
Julia no se había planteado nunca realizar este viaje y ofrecerse a la misión: “creía que la misión era para los médicos”. Mientras se preguntaba qué podrían hacer ellos surgió una respuesta rotunda y certera porque comprendió que la pregunta era errónea porque “yo no aporto aquí nada, recibo más de lo que doy”. Esta convicción redujo todas sus inquietudes y “de pronto cerré los ojos y me vi aquí, se me quitaron los miedos que tenía de volar tan lejos. El miedo se fue y ahora es como “tener el corazón siempre hinchado de gozo”. Un estado de felicidad muy constante que asombra a sus hijas cuando la ven sonreír en las fotografías que envía. Para ella lo vivida hasta ahora es un “es un sentimiento que no se puede explicar y me emociona hablar de ello”.