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Desafíos educativos del momento

By 25 de noviembre de 2022Tema de la semana

ÁNGEL ROLDÁN MADUEÑO

Sacerdote Diocesano coordinador de la Pastoral de los Colegios de la Fundación Santos Mártires de Córdoba

«La escuela católica ofrece a la sociedad algo nuevo, distinto y singular»

El concilio Vaticano II marcó el camino a seguir en la Escuela Católica con la declaración sobre la educación cristiana Gravissimum Educationis. Y lo afirmaba con estas palabras: su “nota distintiva es crear un ambiente de la comunidad escolar animado por el espíritu de libertad y caridad” (GE 8). Continuaban los padres conciliares declarando que la escuela católica debe ayudar a los alumnos a crecer “según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo”. Finalmente, como tercera nota de la identidad de esta escuela afirman que quede “iluminada por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre”.

Por tanto, la escuela católica ofrece a la sociedad algo nuevo, distinto y singular. No puede ser, efectivamente, un “proyecto” al uso, común y convencional.

IDENTIDAD Y MISIÓN DE LA ESCUELA CATÓLICA

Lo que hace que la escuela católica sea única y distinta es un tema de esencia, no es un asunto secundario. Si la Iglesia es Sacramento universal de salvación, el maestro –laico cristiano- es un signo de Dios. Por eso la escuela católica es esencialmente distinta. La motivación fundamental del maestro de esta escuela es Jesucristo, y tiene como tarea la misión de su propia santidad y la evangelización; a esto mismo esta llamado por Dios. Y realizará este mandato –“id al mundo entero”- en común-unidad, no por motivos sociológicos, sino teológicos: porque la escuela católica es sujeto eclesial. Así lo resume la Congregación para la educación cristiana:

La escuela católica tiene desde el Concilio una identidad bien definida: posee todos los elementos que le permiten ser reconocida no sólo como medio privilegiado para hacer presente a la Iglesia en la sociedad, sino también como verdadero y particular sujeto eclesial. Ella misma es, pues, lugar de evangelización, de auténtico apostolado y de acción pastoral, no en virtud de actividades complementarias o paralelas o paraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión, directamente dirigida a formar la personalidad cristiana[1].

[1]Congregación para la educación católica, “Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica” (Vaticano 1988) 33.

La identidad de una escuela católica no es cuestión de números sino de calidad, porque ofrece la luz y la fuerza del Evangelio; no es un salto cuantitativo sino cualitativo. Benedicto XVI planteaba el ser de la escuela diciendo que “es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece el misterio del hombre (Cf. SC 22)? […] en nuestras escuelas ¿es «tangible» la fe?”[2].

La Iglesia está plenamente convencida de que el fin de la escuela católica no es la filantropía, ni el status social, ni siquiera ayudar al estado, sino la evangelización. Tampoco es un privilegio, sino un ofrecimiento a quien demanda libremente este tipo único y distinto de enseñanza. Es una institución que se pone al servicio del hombre y de la sociedad y que responde, no solo al derecho de los padres sobre sus hijos, sino a la propia constitución española[3].

La educación, en cuanto que forma personas, es recorrer un camino a la perfección. El maestro dará forma al educando para que cumpla con su destino. Esto tiene que quedar concreto y claro para no caer en la tentación de la última moda pedagógica, el último grito creativo, el emocristianismo o cualquier iniciativa que se toma sin saber ni por qué ni para qué. Este camino progresivo debe llevar a las personas a “restaurar todo en Cristo”. Por lo que no se trata de hacer más cosas, sino de saber a dónde vamos y es algo tan nuestro como al encuentro con Jesucristo vivo.

[2]Benedicto XVI, “Discurso del Santo Padre. Encuentro con los educadores católicos”. Washington (17 de abril de 2008).
[3] Cf. Artículo 27,3 de la Constitución española.

Por desgracia, la educación, a veces, se queda en los medios, se queda en el camino, en el método, la pedagogía, muy preocupados en el cómo, pero sin saber dónde hay que llegar. Basta pensar que jamás hemos tenido tantos medios como hoy, pero nunca se ha pensado menos en los fines.

La Iglesia es Madre que engendra, y es Maestra que enseña en la escuela. Por eso, la escuela católica es sujeto eclesial y hace presente a la Iglesia en la sociedad. La escuela aparece así, unida a la misión de la Iglesia y actúa en su nombre; comparte la misión evangelizadora de la Iglesia.

Pero ¿qué entendemos por evangelizar? Pablo VI nos responde en Evangelii Nuntiandi:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21, 5; cf. 2 Cor. 5, 17; Gál. 6, 15.). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es, por consiguiente, este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos (EN 18).

La evangelización queda unida al ser, a la identidad y a la misión de la Iglesia y de la escuela, pues para esto fue instituida: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14).

Responderemos a la forma de llevarla a cabo, porque la escuela no será para ofrecer datos a los alumnos: “Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco”[4]. En la escuela se debe evangelizar, pero esto “no significa solamente enseñar una doctrina, sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo”[5].

[4]Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich (10 de septiembre de 2006).
[5]Congregación para la educación católica, “Nota doctrinal acercar de algunos aspectos de la evangelización” (Vaticano 2007) 2.

La motivación de esta evangelización la tuvieron clara todos los santos fundadores de las escuelas católicas: “El motivo originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres”[6]. Y así lo hicieron abierta, explícita y valientemente. Se preguntaba Juan Pablo II en referencia a la escuela católica:

“¿Seguiría mereciendo este nombre si, aun brillando por su alto nivel de enseñanza en las materias profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de manera indirecta! El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos” (Catequesis tradendae 69).

[6]Congregación para la educación católica, “Nota doctrinal acercar de algunos aspectos de la evangelización” (Vaticano 2007) 8.

“Los educadores tenemos que tener claro qué hombre queremos educar”

María del Rosario Saéz Yuguero, rectora de la Universidad Católica de Ávila

Son numerosos los desafíos que tiene la educación en todos los niveles, desde la educación infantil hasta la educación universitaria. Pero, probablemente el mayor desafío sea la falta de una verdadera antropología que eduque de una forma integral a la persona, que eduque no solo la cabeza y el corazón, sino también el espíritu.

Los educadores tenemos que tener claro qué hombre queremos educar y para qué queremos educar.  Y sacar lo mejor que hay en nuestros educandos, nuestros niños y jóvenes desde el conocimiento de qué es el hombre, que es la persona que queremos realizar en el proceso educativo. El hombrees mucho más que materia  y ambiente, y, a veces, se nos olvida que el hombre tiene un corazón que solo los colma la trascendencia, es decir, Dios.

Doctor Javier Alberca, psiquiatra

“Debemos cambiar la cultura del éxito por la de la de la facilidad”

Se me ocurren dos retos claros que tiene la educación en este momento. De un lado, integrar adecuadamente las nuevas tecnologías en todo el proceso educativo, algo que tiene muchos condicionantes y matices que hay que estudiar y analizar, puesto que los métodos han variado y variarán más y tendremos que centrar la importancia en el vehículo de la información  y no tanto en la información misma. Por tanto, este es un reto capital, ¿cómo usar adecuadamente las nuevas tecnologías? El segundo reto está en cómo poner en marcha una verdadera educación emocional. En síntesis diría que estamos en un momento en que prima la cultura del éxito y convendría poner todas nuestras armas para conseguir que esa cultura del éxito aparente que reina en la población, pase a ser una cultura de la felicidad y debemos facilitar, impulsemos y logremos que se instaure esa cultura. Creo que estos dos retos son cuestiones a dilucidar en los próximos años y dependiendo de cómo lo hagamos, así será el futuro de la educación.

María del Amor Martín, doctora en Filosofía y Letras y profesora en el Centro de Magisterio “Sagrado Corazón”

“La mayor crisis de la educación es la negación de la trascendencia”

La educación misma es uno de los grandes desafíos del momento actual, tal vez es el gran desafío.  El reto más importante de la educación es poner en el centro de  sus finalidades y de toda acción educativa  a la persona, en toda su dignidad y en todas sus dimensiones, sin que nadie ni nada pueda  recortar ninguna de ellas; pero como dice el Papa, la educación será ineficaz si no logramos difundir  un nuevo paradigma acerca del ser humano.

Un segundo desafío es el sometimiento político e ideológico de la educación. Por ello es imprescindible sacar la politización del tema educativo y exigir un pacto por la educación que la considere valor primordial por sí misma, además de estar alerta respecto a la concepción de la persona que se traduce en las diferentes leyes educativas.

En tercer lugar, está el desafío de los fines de la educación. Los educadores no pueden cuestionarse solo qué enseñar ni cómo hacerlo, sino el para qué de su acción educativa. Se trata de responder creativamente a las necesidades legítimas y verdaderas aspiraciones de quienes educan. Paralelamente estamos ante el desafío de la posverdad.

Ante el desprestigio de la racionalidad, la educación ha de proporcionar herramientas para analizar la realidad y comprenderla y desarrollar el pensamiento crítico, frente al pensamiento único y la imposición de la ideología y la inconsistencia del pensamiento líquido.

Es necesario trasmitir el afán por la búsqueda irrenunciable de la verdad, porque no es cierto que sea imposible conocerla. Consecuencia de la anterior es el desafío del relativismo y el escepticismo: niños y jóvenes se encuentran perdidos en la avalancha informativa de nuestra sociedad tecnológica. Hay que ayudarles a salir de la confusión de un pensamiento basada en la opinión en el que todo está ya dado desde fuera y ante el cual parece que solo queda aceptarlo y asumirlo.

Un sexto desafío es el de la inmanencia, porque la mayor crisis de la educación es la negación de la trascendencia. Se trata de una educación a ras de suelo, solo sobre cosas inmanentes. Se necesitan educadores que trasmitan que el sentido de la existencia y el destino de la  humanidad está en la confianza radical en que Dios nos ama, que trasmitida por padres y educadores es la que se necesita para la verdadera educación, para que niños y jóvenes crezcan y se desarrollen confiados, seguros y felices.

Un último desafío es la ruptura en la trasmisión de la fe, por ello los educadores no podemos trabajar  independientemente sino en comunidad, estrechando lazos, aunando esfuerzos y apoyos entre la familia, la parroquia y la escuela.