El clero cordobés goza de buena salud y prueba de ello es el número de sacerdotes que cada año celebran sus Bodas de Plata y de Oro.
David Aguilera Malagón, Pablo Calvo del Pozo, José Luis Camacho Gutiérrez, José María González Ruiz y Juan Carlos Valsera Cuevas son los presbíteros que cumplen 25 años de ministerio sacerdotal. La celebración de sus Bodas de Plata sirve para volver la mirada a sus años de formación y de ministerio.
David Aguilera se siente agradecido a Dios por haberle cuidado y dado fuerzas para trabajar en su viña durante estos años. “Es normal que en 25 años de historia siempre ocurra un “poquito de todo”, como en los matrimonios. Pero lo importante es que el Señor ha caminado a mi lado, ha marcado los tiempos y, sobre todo, me ha hecho sentir que me quiere tal como soy”, afirma David para quien hasta ahora, “todo han sido grandes satisfacciones en mi vida sacerdotal”.
Su inquietud vocacional surgió desde pequeño. Pasó su infancia rodeado de sacerdotes, religiosos y religiosas, ya que hasta los veinte años de edad, estuvo viviendo casi en frente de la iglesia de san Francisco de Priego de Córdoba. “Recuerdo ir con mis padres todos los domingos a misa, discutíamos porque yo no quería ir. La misa se me hacía eterna. Entraba y salía con toda confianza y, más de una vez, el sacristán me puso en la puerta de calle por alborotar. Junto a esta iglesia se encontraba la Fundación Mármol llevada, en aquella época, por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; también ellas me regañaban cuando me encontraban jugando en su patio y rompiendo macetas. A esto se le suma que desde los 6 años hasta los 13 estuve en el colegio de los Hermanos Maristas de mi pueblo, sin duda, el ambiente en el que siempre me he movido ha sido religioso”,
recuerda este sacerdote al hacer repaso de su infancia. En la parroquia de La Trinidad conoció varios grupos de jóvenes (grupos MIES) que llevaba el sacerdote Joaquín Pérez, fue allí donde, por primera vez, empezó a rezar la liturgia de las horas. “Todas las tardes quedábamos en la capilla del piso parroquial para rezar las vísperas. El terreno ya estaba más que abonado pero lo que me dio el empujón final fue que uno de mis mejores amigos, que llevaba ya varios años en el Seminario, cuando venía al pueblo hablaba maravillas de su estancia allí. Eso hizo que me planteara, por primera vez, la posibilidad del sacerdocio y me animara a asistir a las colonias vocacionales que tuvieron lugar ese verano. En septiembre, casi sin darme cuenta, ya estaba en el Seminario Menor”, afirma. Después, un 21 de junio de 1998, recibió la ordenación en la Santa Iglesia Catedral.
“La sequía de vocaciones es un problema pero también una oportunidad para que los laicos asuman mayores responsabilidades en la evangelización. Ser sacerdote hoy es dialogar con el mundo contemporáneo y ser portadores creíbles del mensaje de Cristo”.
DAVID AGUILERA MALAGÓN
“Conoce, ama y déjate amar por Jesucristo. Él desea contar contigo para realizar su Obra de Amor en la humanidad, acoge su invitación y deja al Espíritu que lo haga posible en ti. Vivir esta vocación es
apasionante”.
PABLO CALVO DEL POZO
Cumplir 25 años de sacerdocio para Pablo Calvo es también toda una celebración gozosa, de acción de gracias, de mirada a Dios y a tanta misericordia derramada en estos años. “La certeza de saber que soy útil al Señor con mi vida, con mi sacerdocio, con el ejercicio del ministerio sacerdotal, la gratitud a tantas personas, una a una, han sido parte esencial para ir configurando mi sacerdocio, por el paso de ellas por mi vida, por su ayuda, oración, cercanía, cariño”, expresa este sacerdote que desde niño sentía un deseo profundo de llenar de sentido su vida, de ser “testigo de esperanza”, de buscar la voluntad de Dios; de querer dar razones y mostrar su fe y ayudar a otros a tenerla. “La providencia amorosa de Dios hizo el resto”, asegura.
“Ser sacerdote es un don muy grande, inmerecido pero necesario para el mundo”.
JUAN CARLOS VALSERA CUEVAS
“Con el paso de los años he experimentado la grandeza de Dios y mi propia pequeñez. Es difícil sintetizar en pocas palabras lo que significa ser sacerdote hoy, pero si Dios llama a alguno al sacerdocio, es el mejor regalo que puede recibir en esta vida. Por ello, no tengan miedo y fíense de Él”.
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ
Pablo hace memoria de su ministerio y de su época en el Seminario, un tiempo “necesario y fundamental” para la formación humana, espiritual y teológica para su vida. “El sí de Dios a mi vida, mí sí para siempre, al plan de Dios para mi vida” es como define el día de su ordenación sacerdotal, pues para Pablo, ser sacerdote es ser “cura de almas, desarrollar y vivir entregado a mi ministerio sacerdotal siempre”.
Juan Carlos Valsera ratifica precisamente que ser sacerdote y llevar veinticinco años en el ministerio, “es un don muy grande, inmerecido pero necesario para el mundo”. Juan Carlos recuerda estos días que fue el Señor quien lo condujo a ser monaguillo en su pueblo y a estar cerca del altar. “En la guardería, me recordaba la maestra que decía «Amo a Dios, soy de Dios y quiero ser sacerdote. En mi Primera Comunión le pedí al Señor: Quiero ser Santo”, subraya este presbítero gozoso por haberle dicho sí al Señor ante su llamada. “Como nos decía San Juan Pablo II en su visita a España, en Cuatro Vientos: ¡No me arrepiento de ser sacerdote!”, aclama.
Igualmente, José María González vive esta efeméride como “un motivo grande para dar gracias a Dios porque, aunque han sido muchas las infidelidades, Él ha permanecido fiel”. José María se siente muy dichoso de haber nacido en el seno de una familia cristiana y en el pueblo de Dos Torres. Su inquietud por el sacerdocio surgió cuando tenía catorce años, tras asistir a las colonias vocacionales y tener un primer contacto con los seminaristas. “Sin duda alguna, en mi vocación jugó un papel muy importante mi párroco, D. Manuel Cantador, que ha sido siempre para mí un modelo de vida sacerdotal entregado plenamente al servicio de la parroquia y de la Iglesia”, asegura al tiempo que reitera lo mismo que sus compañeros, que los años del Seminario fueron “los mejores de la vida”.
Datos oficiales de la Diócesis
En la actualidad, Córdoba cuenta con 251 sacerdotes diocesanos, de los cuales 223 son residentes en la diócesis, 13 en otras diócesis y 15 en el extranjero. A estos se suman 32 sacerdotes no diocesanos presentes en la diócesis, 20 de otras diócesis españolas y 12 de extranjeras.
Estos días son días de gozo que ayudan siempre a fortalecer la ilusión sacerdotal y tomar conciencia de lo que Dios ha hecho “conmigo y a través de mi” en estos años de sacerdocio. La gratitud a Dios está muy presente en todos los recuerdos de los sacerdotes.
“La clave de la vida es “escuchar” a Dios, responder con un radical “fíat” y permanecerle siempre fiel “dejándole hacer”. Así se vive con sabor, con sentido y así se es feliz”.
ANTONIO EVANS MARTOS
El sacerdote Antonio Evans tiene claro que su mayor regalo es Dios. Cincuenta años de vida sacerdotal es “una acción de gracias a Dios por su elección, consagración y permanente asistencia, es pedirle al Señor que purifique, restaure y renueve su proyecto sobre mí, que la gracia de Dios no se frustre en mí y estar gozosamente disponible para la superior etapa que inicio”.
Su inquietud vocacional se fraguó en el ambiente de su propia familia y de su parroquia, donde era monaguillo. La convivencia con seminaristas de su pueblo y su participación en unos Ejercicios Espirituales impartidos en el Seminario, le ayudaron a descubrir su verdadera vocación. Tras trece años en el Seminario, rememora con auténtico agrado a sus superiores, a sus profesores y a sus compañeros. “En el Seminario viví fuertes y trascendentales momentos eclesiales y, gracias a Dios, no tengo ningún recuerdo negativo”, asegura.
El Señor se fio de él y le confió el ministerio sacerdotal hasta hoy. Cincuenta años después, sigue poniendo su sacerdocio bajo la protección de la Virgen del Rosario, ya que fue el 7 de octubre, el día de Ella, cuando recibió su ordenación presbiteral.
En el año 1957, Rafael Herenas entró en el Seminario de Ntra. Sra. de los Ángeles de Hornachuelos, en el año de su inauguración. “Guardo muy buenos recuerdos de los años vividos como seminarista, en todos los aspectos, pero sobre todo una profunda gratitud”, expresa Rafael recordando sus años de ministerio, unos años en los que ha recibido mucho de muchas personas entre las que ha podido “querer y sentirse querido”, especialmente durante sus catorce años en La Carlota y en la HOAC, un lugar en el que ha encontrado un cambio sustancial en su vida. “Descubrir el mundo obrero me ha ayudado a conocer la realidad del mundo obrero más sufriente, me ha ayudado a encarnarme en esa realidad y ha supuesto amar a la Iglesia y la necesidad de contribuir a su transformación evangélica”, afirma. Además, en este momento, ha querido dar gracias al Padre “por tanta riqueza de vida en la parroquia del barrio de Fátima. Nuestra parroquia ha sido en estos años la casa que ha permitido a esta comunidad crecer, madurar, celebrar, rezar, convivir, compartir alegrías y también momentos dolorosos”.
Rafael se siente profundamente agradecido con todo lo vivido como sacerdote, tras cincuenta años de ministerio, solo puede recordar lo mucho que le ha aportado y le ha enriquecido el formar parte de una Iglesia viva.
“Ahora, en esta quinta etapa como jubilado, quiero seguir dedicando mi tiempo a la HOAC que me ha enseñado a amar a la Iglesia y al Mundo Obrero. Doy gracias por tanto, por los cincuenta años de sacerdote, por querer y sentirme querido”.
RAFAEL HERENAS ESPARTERO
“Desde mis limitaciones y torpeza, desde mi debilidad y equivocaciones, les digo a todos que se fíen de Jesús a todos aquellos que sientan su llamada, que se dejen llevar, experimenten que nos quiere y que no se aíslen ni se encierren en su parroquia, sino que traten de vivir en
fraternidad”.
MANUEL VARO ARJONA
Al igual que Rafael, Manuel Varo ha sido testigo del Amor de Dios en su vida a través del cariño y los cuidados de su familia, sus compañeros sacerdotes, los vecinos de Villarrubia y todas las personas que lo han rodeado.
Con siete años, tras recibir la Primera Comunión, su madre le dijo: “Pídele a Jesús ser como tú como tu hermano”, ya que su hermano estaba en el Seminario. Y aunque no entendía muy bien el por qué, se lo empezó a pedir hasta que decidió irse al Seminario, de donde tiene muy gratos recuerdos. Recordando su trayectoria, resalta su salida pastoral a los barrios y la ayuda que prestó en el inicio de la Pastoral Gitana. “Visité los barrios más pobres de Córdoba, de aquel tiempo, como Moreras, Palmeras y chabolas junto al Cementerio de la Salud. El descubrir la pobreza extrema, me hizo ver que mis problemas con veinte años eran infantiles y que la realidad era bastante dura. Sentí la presencia del Cristo sufriente en aquellas personas y traté de optar por ellos, como los favorecidos por Dios, como aparece en la vida de Jesús”, comenta Manuel. Y aunque su experiencia como sacerdote ha sido siempre en Villarubia, ha comprobado que vale la pena la fe, ser cristiano y pertenecer a la Iglesia, “que Dios nos quiere y nos ayuda”. “Mi vida sacerdotal la he tratado de renovar y vivir con los ratos de oración y la Eucaristía, donde recibía fuerza y ánimo y experimentaba el Amor de Dios. Han sido muchos años de alegría y felicidad auténtica”, asegura.
Y es que, como expresa Manuel Gómez García, cincuenta años de sacerdocio es “una ocasión para dar gracias al Padre por su confianza, amor y fidelidad, así como por el regalo y fuente de alegría que ha supuesto para mi vida el sacerdocio, y a la vez, renovar con ilusión mi decisión de seguir a Cristo Jesús en este camino al servicio del Evangelio”.
Su inquietud vocacional surgió por el testimonio y ejemplo de un sacerdote cuyo estilo de vida y entrega a los más pobres le resultaban “atrayentes” y despertaron su deseo de ser como él.
El 2 de diciembre de 1973 fue su ordenación sacerdotal y desde entonces, afirma que “ha habido una fidelidad y continuidad en lo fundamental, pero a la vez una búsqueda y adaptación en la forma de vivir mi ministerio”. “He buscado siempre con sencillez, humildad y constancia ser cauce a través del cual el Espíritu fuera llevando el Evangelio como buena noticia a los pobres y a la vez intento vivir y compartir la fe en comunidad”, indica.
Manuel subraya que a un sacerdote le mueve la experiencia personal del amor a Jesucristo, “la compasión y misericordia a la persona concreta, son sus deseos, dificultades, avances y fragilidades, pero llamada a alcanzar la plenitud de hijo de Dios”.
“Dios nunca nos defrauda ni abandona. Escuchen y comprendan con un corazón como el de Cristo la vida de cada persona y busquen nuevos caminos de evangelización con humildad, constancia y fidelidad”.
MANUEL GÓMEZ GARCÍA