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NÚMERO 733 • 14 DE MARZO DE 2021

PROGRAMAS DE FORMACIÓN DE CÁRITAS

Mirar el futuro con esperanza

XXV semana de la familia «25 años con, y por la familia»

APUNTES

Visita de los bomberos a la Catedral

Una sección del Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento del Ayuntamiento de Córdoba visitó la Mezquita-Catedral en una jornada enmarcada dentro de las labores de prevención desempeñadas por el S.E.I.S., al objeto de obtener un conocimiento preciso del edificio en el caso de que fuera necesario su intervención en alguna incidencia.

Foro de debate «Hacia un nuevo currículo de religión católica»

La directora del Museo Diocesano ha participado en el ciclo organizado por la CEE “De la teología a la pedagogía de la religión”. María José Muñoz ha presentado su libro “Páginas de piedra. Una lectura de las catedrales españolas”.

Una ayuda para Santa Luisa de Marillac

La Fundación Fepamic colabora con un proyecto en el que aporta a la parroquia Santa Luisa de Marillac alimentos preparados a modo “quinta gama” que están siendo repartidos a 30 familias del barrio.

Retiro de Cuaresma para matrimonios

La Delegación de Familia y Vida ha preparado su tradicional retiro de Cuaresma para matrimonios. Estará dirigido por Jesús Daniel Alonso en la parroquia Virgen de Fátima, el sábado 13 de marzo y comenzará a las 17:30 horas, pero el Santísimo estará expuesto desde las 16:00 horas, para celebrar “24 horas con el Señor”.

VOZ DEL PASTOR

Padre y hermano, como san José (Día del Seminario 2021)

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

Todos los años san José tiene un protagonismo especial en el Día del Seminario, pues en su fiesta celebramos el Día del Seminario y nos encomendamos especialmente a él como patrono de las vocaciones sacerdotales. Dios le encargó de proteger y formar a Jesús, sumo y eterno Sacerdote, y a él recurre la Iglesia en tantos asuntos, y especialmente en éste de las vocaciones sacerdotales, que provean el servicio a la Iglesia, de manera que no falten esos sacerdotes que celebren la Eucaristía y los demás santos misterios.

Este año, además como Año josefino, san José ocupa el titular del lema: “Padre y hermano, como san José”, para reclamar la atención de la Iglesia sobre las vocaciones sacerdotales. No creo que le moleste, porque él suele hacer las cosas discretamente, sin que se note. Es de esas personas sumamente eficaces, pero cuya presencia apenas se nota si no te detienes en ella. Lo hace con tal eficiencia que ni siquiera se percibe que sea él. Sin embargo, nos dice santa Teresa de Jesús, “tomé por abogado y señor al glorioso San José y me encomendé mucho a él… No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido” (Vida 6,6).

San José tiene mucho que decirles hoy al sacerdote y al seminarista aspirante al sacerdocio. Al sacerdote como a san José se le pide la entrega de toda su vida para asumir como propio un proyecto que le viene dado, un proyecto que él no construye, un proyecto que le desborda.

San José acogió en su casa a María, que llevaba en su vientre virginal al Hijo de Dios hecho hombre. Al sacerdote se le pide que acoja en su corazón todo el misterio de Cristo para llevárselo a los hombres en la Iglesia, por medio de los sacramentos –sobre todo de la Eucaristía y el perdón-, por medio de la Palabra anunciada y predicada, por medio de una vida entregada completamente y cuyo testimonio será el ingrediente esencial de la tarea encomendada.

San José obedeció a Dios e hizo lo que el ángel le fue indicando en aquellos cuatro sueños sucesivos. Vivió en la obediencia y entrega de toda su vida, como el sacerdote. Este no tiene proyecto ni destino propio, vive disponible a lo que Dios le vaya marcando, según las necesidades de la Iglesia. El sacerdote, como san José, vive de la fe, se sitúa en ese plano que el mundo no entiende, pero que trae tantos bienes a la humanidad. Es imposible responder a la vocación sacerdotal o perseverar en ella, si la fe no es alimentada constantemente. Cualquier otro proyecto humano se vive desde Dios o no, pero tiene un sentido visible y constatable. La vocación sacerdotal, no. O se vive desde la fe y con una fe desarrollada, o se abandona. Querido san José, guárdanos en tu obediencia a Dios como fruto de la fe. Guarda a los sacerdotes y a los seminaristas, porque Dios no los llama para un proyecto de ellos, sino para un plan divino de redención, que les tomará toda su vida, como a ti. Y eso es imposible vivirlo, si no es en la fe madura y creciente, como tú.

San José ejerció una verdadera paternidad con Jesús y fue una seguridad permanente para su esposa María. El sacerdote es llamado para ser padre de verdad, pero sin sentirse nunca dueño de sus hijos. Sabe que sus hijos son de Dios, pero es verdadero padre, porque da la vida por ellos, comparte sus preocupaciones, gasta sus energías. Su alegría y su gozo están en ver crecer a sus hijos para que se parezcan a Jesús. El sacerdote es llamado para proteger a la Iglesia su esposa, para ofrecerle la seguridad de la fe, para alimentarla con los sacramentos y con la Palabra, para protegerla de todos los peligros con que la acecha el Maligno. La Iglesia necesita esa protección, como la necesitó María en aquel momento y se la prestó san José. Sin sacerdotes la Iglesia no puede subsistir, le faltaría la Eucaristía como alimento esencial, y todo lo demás que sólo el sacerdote puede aportarle.

Se necesitan hoy hombres como san José. Con una virilidad a prueba de fuego, que no se encojan ante las dificultades, sino que sean capaces de proteger a la Iglesia y de hacer que Jesús crezca en el corazón de las personas. Obedientes, castísimos, pobres, como san José. A él se lo pedimos en el Día del Seminario para nuestra diócesis y para la Iglesia universal.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

EDUCAMOS ENTRE TODOS

Ana Mª Roldán Roldán. Delegada Diocesana de Enseñanza

ALCANZAR LA SABIDURÍA: ENSEÑAR EL ARTE DE VIVIR

El arte del perdón

En nuestra vida se produce un giro maravilloso cuando comprendemos que todos somos vulnerables, que todos necesitamos el perdón.

Mientras esto no sucede en nuestras vidas, solemos instalarnos en la categoría de víctimas. Solemos llevar la cuenta de achaques y traiciones. “Con frecuencia aprovechamos el dolor para instalarnos en él. Preferimos hurgar en la herida, comer a diario el pan rancio de nuestras miserias, en vez de tener sed de belleza, deseo de algo diferente… las ofensas recibidas revelan un duro e irónico retrato de nosotros mismos”. Podemos instalarnos en la tristeza, que nos “hace desgraciados y nos lleva a arrastrar a los demás a la infelicidad. Fácilmente nos quedamos atascados en callejones sin salida, en círculos viciosos, rehenes de una amargura que se intensifica y contamina nuestra vida de modo inexorable”.

Hay que estar muy atentos a nuestras reacciones porque “es fácil reproducir un esquema dialéctico en el que somos la víctima y el otro el agresor, olvidando que también él está atravesado por el sufrimiento”. Se necesita hacer un camino para “reconocer que en aquellos que nos hieren (o nos han herido) hay también bloqueos, llagas y enmarañados ovillos. Su falta de amor no ha sido necesariamente deliberada, quién sabe si no tienen detrás una historia más conmovedora que la nuestra”. Y no se trata de cerrar los ojos, ni “de eximir, sino de reconocer que en aquel que no me ha hecho justicia o no me ha devuelto la cordialidad que invertí en él, existe alguien puesto a prueba por situaciones extremas. Y que la herida abierta no estaba destinada a mí”.

Todos necesitamos el perdón. “El acto de perdonar es una declaración unilateral de esperanza. El perdón no es un acuerdo”. Debo adelantarme, tomar la iniciativa. El perdón nos instala en un corte positivo, “enmudece la voz de la venganza y cree que detrás del que me ha herido hay un ser vulnerable, capaz de cambiar. Perdonar es creer en la posibilidad de transformación, empezando por la propia”.

“Para perdonar es necesario anhelar furiosa y pacientemente lo que (todavía) no existe. El perdón empieza por una luz diminuta. Hay que saber insistir y esperar. El sol no sale de repente. Esa demora es la condición de su verdad”.

Tomado de José Tolentino Mendonça

“Pequeña Teología de la lentitud” (Fragmenta Editorial)

PROGRAMAS DE FORMACIÓN

Casi un centenar de personas formadas en Cáritas a pesar de la pandemia

La entidad mantuvo sus diez programas formativos a pesar de la pandemia

El año 2020 fue sin duda difícil para todos, las necesidades se han multiplicado y las personas que perdieron su trabajo o se encontraban en riesgo de exclusión aumentaron considerablemente. Cáritas Diocesana de Córdoba no fue ajena a la situación y vio cómo cada vez eran más las personas que se acercaban a pedir ayuda. Como viene haciendo desde algunos años, Cáritas imparte formación a personas vulnerables y las capacita para el mercado laboral. Un total de ochenta y siete personas participaron el año pasado en las diez modalidades de formación que llevaron a cabo Cáritas Diocesana, Cáritas parroquiales y Solemccor. Logística, atención sociosanitaria, hostelería y confección son las áreas de formación por las que ha apostado Cáritas.

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VIVIR LA LITURGIA

El calendario litúrgico de la Iglesia (Liturgia y mártires – V)

JAVIER SÁNCHEZ MARTÍNEZ
Miembro de la Delegación diocesana de Liturgia

El culto de mártires nació localmente: cada Iglesia (diócesis) veneraba la memoria de sus mártires, en sus sepulcros (o memorias), junto a sus reliquias.

El hecho de reunirse junto al sepulcro del mártir en su dies natalis o el día de su depositio, dio lugar a los calendarios litúrgicos: se anotaba el nombre del mártir, el día de su memoria y el lugar de la depositio de sus restos, donde se celebraba la Eucaristía. Por ello, la celebración del aniversario de los mártires hace que cada Iglesia tenga una lista que se elabora cuidadosamente.

Tenemos así, ya en el siglo III, el esbozo de los primeros calendarios cristianos. Esto creció aún más en la primera mitad del siglo IV, donde la fiesta de los mártires franquea los umbrales de su propia Iglesia local y se hace extensivo a otras Iglesias cercanas que también los van a venerar y festejar, ampliando así los límites de su culto. Cuando las distintas diócesis intercambiaron sus respectivos calendarios particulares, nacieron los “Martirologios”, que incluyen para cada día a los mártires y santos de las distintas Iglesias locales, e incluyendo una breve reseña de cada mártir y de cada santo.

Así lo explicaba Juan Pablo II: “La Iglesia de los primeros siglos, aun encontrando notables dificultades organizativas, se dedicó a fijar en martirologios el testimonio de los mártires. Tales martirologios han sido constantemente actualizados a través de los siglos, y en el libro de santos y beatos de la Iglesia han entrado no sólo aquellos que vertieron la sangre por Cristo, sino también maestros de la fe, misioneros, confesores, obispos, presbíteros, vírgenes, cónyuges, viudas, niños” (Tertio millennio adveniente, n. 37).

El Martirologio se ha visto incrementado amplísimamente en el siglo XX con regímenes totalitarios y persecuciones genocidas contra los católicos: “Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes –sacerdotes, religiosos y laicos- han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo”, decía Juan Pablo II (TMA, n. 37). ¡Córdoba, con la próxima beatificación, es testigo de ello!

Para vivir el Jubileo del 2000, entrando en el Tercer Milenio, pidió Juan Pablo II: la memoria de los mártires y, por tanto, la actualización de los calendarios particulares de diócesis y órdenes religiosas así como una edición renovada del Martirologio romano.

¿Sabías que...

sólo el sacerdote o el diácono pueden elevar el cáliz al final de la plegaria eucarística?

Los nn. 151 y 180 de la OGMR afirman que, al final de la plegaria eucarística, el sacerdote pronuncia la doxología «tomando la patena con la hostia y el cáliz y elevando ambos». Si hay un diácono, se dice que «de pie al lado del sacerdote, mantiene el cáliz elevado, mientras aquel eleva la patena con el pan consagrado, hasta el momento en que el pueblo ha dicho ya: Amén». Por tanto, solo el que preside y el diácono pueden tomar y elevar la patena y el cáliz en la doxología.

LIBRERÍA DIOCESANA

San José: Los ojos de las entrañas

Margarita Saldaña
Edicitorial SalTerrae
Colección El Pozo de Siquén

San José sigue guardando un mensaje precioso. Una buena noticia para nuestro mundo en ocasiones tan vacío de vida y descolorido. En este libro se ofrece un poco de luz para buscadores de Dios que quieren releer su propia experiencia creyente de la mano de José de Nazaret. Y es que la vida sin índice del santo puede hacer brillar nuestra fe cuando la observamos desde las entrañas de las Escrituras, la tradición cristiana y la propia actualidad.

Una casa de cristal

EL CAMINO DE LA TRANSPARENCIA Y EL BUEN GOBIERNO EN LA IGLESIA

Fernando Giménez
Barriocanal
Ester Martín Domínguez
Edicitorial EDICE

El vicesecretario para Asuntos Económicos de la CEE y la directora de la oficina de transparencia de la CEE, son los autores de este libro en el que se ofrece una panorámica general del llamado ‘Plan de transparencia de la Conferencia Episcopal Española’, nacido en el año 2014. Un plan nacido con el objetivo de avanzar en el buen gobierno de las instituciones diocesanas e implantar medidas concretas de transparencia.

El libro está disponible en la Librería Diocesana. Puede realizar su pedido a través del correo electrónico libreria@diocesisdecordoba.es o a través de WhatsApp 655 156 557.

AL TRASLUZ

ANTONIO GIL. Sacerdote

Lo que puede una sonrisa

Contaba monseñor Ginés García Beltrán, obispo de Getafe, que cuando estaba como obispo en la diócesis de Guadix-Baza, visitó a una mujer anciana que, desde hacía años, estaba postrada en una cama. No podía hablar. Escuchaba con interés, lo decía su rostro, y sobre todo, miraba con una mirada penetrante. Al entrar en la habitación, la hija le dijo a su madre: “Mamá, mira, el señor obispo ha venido a verte”.

Y en un precioso artículo, publicado después en la revista Vida Nueva, comentaba el prelado: “Ella me miró y sólo me ofreció una hermosa sonrisa. Aquella mujer me evangelizó con una sonrisa; me hizo sentir el amor de Dios desde su pobreza, desde su postración. Con esa sonrisa me transmitió que la cruz por la que pasaba era el verdadero camino de la salvación. Me agradeció que, aunque fuera por un instante, la hiciera sentirse importante, que fuera ella el rostro de Dios para mí. Ciertamente que los pobres nos evangelizan. Son muchas las palabras, los gestos y testimonios de gente sencilla que nos hablan con claridad contundente de Dios. Evangelizar es anunciar la buena noticia del amor de Dios, es transmitir la verdad que abarca la vida del hombre y del mundo, desde la mirada y la voluntad de Dios. Por eso, todos tenemos que preguntarnos por qué confundimos verdad con dureza. Pensamos que la verdad se defiende con dureza. No, la verdad no necesita de nuestra dureza. Si algo necesita es una sonrisa. A mí, la sonrisa de aquella mujer que Dios había puesto a mi cuidado, me evangelizó”.

En esta Cuaresma de pesadumbres y sufrimientos, ofrezcamos, al menos, una sonrisa de esperanza y consuelo. Puede convertirse en “la sonrisa de Dios”.

DIEZ AÑOS DE MISIÓN EN PICOTA

MIGUEL VARONA VILLAR

«Sus sonrisas constantes fueron la enseñanza diaria»

El sacerdote Miguel Varona participó en la misión y aprendió que “se puede ser muy feliz con Dios y la Iglesia, sin tener muchas cosas”

¿Cómo surgió la idea de realizar un tiempo de voluntariado en Picota?

Un año antes de mis bodas de plata sacerdotales me planteé seriamente si podría hacer una experiencia misionera. Lo consulté con mi director espiritual, y tras un tiempo de discernimiento entendí que el Señor me llamaba a ir a nuestra misión diocesana. Empecé a asistir a las reuniones de la Delegación, y me encontré con un grupo de personas maravilloso en lo humano y en lo cristiano.

¿Qué recuerdas de aquella experiencia misionera?

La preparación fue preciosa, aunque con dudas y nervios. Pero todo quedó en nada cuando llegué allí: todo era nuevo, diferente, pero me sentía como en casa. Los momentos de oración en la capilla de la casa me ayudaron mucho. El grupo era una familia, con momentos de trabajo y descanso que recuerdo con cariño. Las salidas a las comunidades cercanas fueron enriquecedoras, pero más dichosas eran las salidas a la selva, varios días y con largos trayectos que eran duros, pero quedaban en nada cuando te acercabas a la gente y compartías con ellos todo. La experiencia que más me impactó fue una “celebración sacramental múltiple” que tuve en Tres Unidos: una señora muy enferma, recibió el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, la Unción de Enfermos y el Matrimonio de una sola vez.

¿Qué te enseñó la gente que te encontraste allí?

Mucho, muchísimo. La capacidad de sacrificio para acudir a las “nucleaciones” y a las celebraciones litúrgicas. La alegría de celebrar la fe sin parar de cantar y pedir “bendisiones del Padresito”, y eso incluía siempre mucha agua bendita, mucha, que mojase a todos.

El respeto de los niños y jóvenes a sus mayores. Me enseñaron que se puede ser muy feliz con Dios y la Iglesia, sin tener muchas cosas. Y sus sonrisas constantes fueron la enseñanza diaria y constante.

¿Cómo cambió tu vida al volver a tu vida cotidiana?

Pues dejándome una herida en mi corazón de sacerdote: el deseo de seguir siendo misionero. Ir a Picota me regaló poder ir al año siguiente a compartir otra experiencia misionera con las Obreras del Corazón de Jesús en Paraguay, además de Argentina y Brasil; la hice con otros dos laicos con los cuales fragüé una profunda amistad y unión. Y si no hubiera sido por esta situación sanitaria, habría ido el año pasado otra vez a Picota. La misión marca, deja huella, no te quedas igual al volver, no deberías ser el mismo al volver.

¿Mantienes todavía vinculación con la misión diocesana?

Gracias a Dios la mantengo, con los sacerdotes y algunos laicos. En la Misa por mis bodas de plata sacerdotales tuve una inspiración “divina”: con mi Parroquia y amigos hice una colecta para construir una iglesia en Picota. En dos años, a base de pedir a mis amigos, con la ayuda de mi Hermandad de la Buena Muerte y Reina de los Mártires, de destinar donativos que me han llegado por bodas y otros sacramentos entre mis amigos, se ha enviado lo suficiente para edificarla. Y siempre tengo presentes a los sacerdotes y a la gente de Picota en mi oración personal.