El primer domingo de Cuaresma del año 843, los iconos fueron llevados en solemne procesión y devueltos a las iglesias, restaurando su culto. Es un buen tiempo, pues, para reflexionar sobre la imagen de la síndone como icono de Cristo, dejando de lado cualquier tema científico, artístico o arqueológico.
El icono es más que una imagen religiosa. Es una imagen sagrada, más aún, un sacramental. Como afirma el II concilio de Nicea, «lo que el Evangelio nos dice a través de la Palabra, el icono nos lo anuncia a través de los colores y nos lo hace presente».
Precisamente esto es lo que encontramos en la imagen de la síndone: una presencia. Una presencia que nos interpela y nos transciende porque nos lleva al mundo de Dios. Nos introduce de lleno en el misterio del Amor de Dios. Un Dios hecho carne por Amor. Hecho heridas para cicatrizar las nuestras, hecho muerte para darnos la vida.
Por eso, cuando contemplamos el rostro de la síndone, nos traspasa el corazón la paz que transmite. Y nos surge una pregunta tras su contemplación. Después de todos los sufrimientos por los que ha pasado ¿cómo puede irradiar tanta paz?
Es la paz del «todo está cumplido» (Jn. 19,30). Es la paz del Amor de Dios que se ha derramado totalmente, que ha dado la vida por la humanidad. Es la paz de Dios que entrega el Espíritu. Espíritu de Paz. Espíritu de Amor. Espíritu entregado en Pentecostés para mover nuestros corazones. Ese Espíritu que nos hace clamar «Abba, Padre» (Gal. 4,6) porque nos ha unido al Hijo haciéndonos hijos.
Al contemplar al hombre de la síndone contemplamos las consecuencias de nuestros pecados. Pecados consumidos por el Amor de Dios. Como proclama el Pregón Pascual, «bendito pecado que mereció tal Redentor». Por eso no miramos al hombre de la síndone deleitándonos en su dolor, en sus heridas. Nos espantan porque nos hacen descubrir la dimensión de nuestro pecado. Un pecado que necesitó del mismo Hijo de Dios hecho hombre.
La Sábana santa condensa en sí todos los modelos de iconos de Cristo. Contiene el icono de la Encarnación: nos hace comprender que Dios ha tomado nuestra naturaleza y nos ha introducido en su vida íntima. Contiene el icono de la cruz: nos muestra con una crudeza inusitada y un realismo terrible la realidad histórica de la crucifixión. Y contiene el icono de la Resurrección: la paz del rostro nos lleva a comprender la realidad de la resurrección, de la victoria de la Vida sobre la muerte, la victoria de Cristo que es también la nuestra.
Como sacramental, lleva en sí la presencia de la totalidad divino-humana. Contemplando la carne de Cristo nos introducimos en su divinidad. La Sábana santa nos recuerda la cortina que separaba el Tabernáculo del Templo de Jerusalén, el lugar de la presencia de Yahweh, rota en la muerte de Cristo. Este tejido, igualmente de lino, se convierte en una nueva cortina que separa un nuevo tabernáculo. Una cortina abierta al mundo de Dios, una puerta abierta al Amor de Dios para sentarnos a la mesa de las Personas divinas (como vemos en el precioso icono de la Trinidad de Andrei Rublev) y participar de la intimidad de Dios…como hijos.
Aprovechemos este tiempo para entrar con el corazón en el misterio de la Sábana santa.
Ignacio Huertas Puerta, es delegado del CESAN, coordinado con el Centro Español de Sindonología, una Asociación Cultural, por tanto sin ánimo de lucro, que tiene como objeto el estudio de la Sábana Santa de Turín, pero también el de otras reliquias que puedan ser o hayan sido estudiadas científicamente.
Ignacio Huertas Puerta se empezó a interesar por la Sábana Santa a los catorce años y comenzó a investigar a través de todos los documentos que caían en sus manos. El impulso definitivo a su inquietud por conocer a fondo todo lo relacionado con la Sábana Santa se lo dio un pariente suyo, catedrático de biología en la Universidad de Málaga que lo lanzó definitivamente a seguir buscando itinerarios para el estudio de la Sábana Santa, desde el punto de vista textil o biológico. Hoy es el delegado en Andalucía del Centro Español de Sindonología y profesor especialista en Estudios Sindónicos por la Universidad Pontifica Regina Apostolorum de Roma y sigue pensando que todavía hoy hay muchas miradas nuevas y estudios autorizados que permiten seguir profundizando en la naturaleza del santo sudario.
Ignacio Huertas es Licenciado en Ciencias Religiosas, con Diploma de Estudios avanzados en Historia medieval (especialidad Historia de Bizancio) por la Universidad Pública de Granada y profesor de Historia de la Iglesia en el grado de Ciencias Religiosas del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de San Dámaso en Granada, además de profesor de religión en n instituto de Secundaria. Es cristiano comprometido y padre de tres hijos, feligrés de la Parroquia de San Emilio de Granada, aunque desde la pandemia está vinculado a la Catedral. Gracias por estar aquí estamos dispuestos y atentos para escuchar sus explicaciones.