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JORNADA PRO ORANTIBUS

By 9 de junio de 2022791

Las Comunidades de Vida Contemplativa lámparas en el camino sinodal

POR JOAQUÍN PÉREZ HERNÁNDEZ

Delegado Diocesano para la Vida Consagrada

La jornada Pro Orantibus que celebramos el próximo 12 de junio, solemnidad de la Santísima Trinidad, es una ocasión estupenda para recordar la presencia y la importancia de los monasterios de vida contemplativa en la Iglesia, la belleza de su vocación y el servicio inestimable y absolutamente necesario que hacen a todos. Recordemos el relato del Éxodo en el que se nos cuenta que mientras Moisés levantaba las manos en oración, Josué vencía en la batalla (Ex 17,11).

En nuestra diócesis de Córdoba contamos con la presencia de 22 monasterios de vida contemplativa distribuidos por toda su geografía. La vida de estas comunidades es, en general, muy desconocida por la mayoría de los cristianos cordobeses. No estaría mal organizar encuentros de conocimiento mutuo entre nuestras comunidades y alguna comunidad de vida contemplativa cercana. Nos hará un gran bien. Sobre todo los jóvenes deben conocer de cerca la vida contemplativa. La vocación, cualquiera que sea, necesita ser conocida, para ser descubierta como llamada personal.

Este año la jornada Pro Orantibus, en sintonía con el momento eclesial que estamos viviendo, nos indica que las comunidades de vida contemplativa son una referencia segura y luminosa de la Iglesia que todos debemos descubrir y a la que debemos contribuir a establecer y mantener: una Iglesia siempre sinodal.

Aprovechemos también esta jornada para recordar la importancia que tiene la oración personal en nuestras propias vidas y busquemos lugares y momentos adecuados para su ejercicio. La contemplación del rostro del Señor será nuestra ocupación por toda la eternidad, busquemos su rostro en el recogimiento y el silencio para poder reconocerlo después en el hermano sobre todo en el que sufre y poder así servirlo de todo corazón.

CONGREGACIÓN CISTERCIENSE DE SAN BERNARDO (C.C.S.B.)

«Nuestra voz es la oración por este sínodo»

En el Monasterio cisterciense de la Encarnación, veintiuna hermanas están dedicadas al culto divino según la Regla de san Benito, “en soledad y silencio, en oración constante y gozosa penitencia”, según la descripción que hace Sor Mª del Mar, abadesa, que detalla su vida comunitaria como “íntegramente ordenada a la contemplación, nos dedicamos al culto divino según la Regla de san Benito”, lo hacen dentro del recinto del monasterio, fundado en 1.510, siete años antes se había instalado allí una primera comunidad como beaterio.

“La base de unión es Cristo, que nos ha llamado a su seguimiento en esta comunidad concreta” destaca la abadesa al explicar que “en nuestro carisma existen muchos elementos de comunión que se entrelazan unos con otros, para conformar en ella la unidad en Cristo”. El amor a Jesucristo al que no  anteponen nada y que se visibiliza en la Eucaristía, el oficio divino, en la oración personal, “es el imán que nos arrastra a la unidad, con el perdón mutuo, la acogida de la hermana, el compartir todos los dones, tanto materiales como espirituales”. Un modo de vida entregada que tiene fuertes pilares en el sacramento de la reconciliación, momentos comunitarios para el perdón, reuniones para compartir la Palabra de Dios entre ellas a los que suman capítulos conventuales para tratar los asuntos de interés común, “ todo está orientado a la comunión en nuestra vida”, resume sor María del Mar.

Cada día la comunidad se levanta a la 4:30 de la mañana y duerme a partir de las 21:00h, “dormimos en Cristo y vivimos en Cristo”, mientras la  oración litúrgica ocupa el centro de la jornada, desde la 5:00 hasta las 8:45 cuando las religiosas se dedican al oficio divino, la lectura de la Palabra de Dios, la celebración de la Eucaristía y la oración personal. Tras el desayuno llega el trabajo manual ya que este monasterio es conocido por la limpieza de textil y hacer el pan eucarístico para su consagración. Las hermanas se afanan cada día en los oficios cotidianos entre tanto llega la hora de sexta para rezar. Tras un breve descanso, acude al rezo de la hora nona y continúan con la lectura espiritual, el estudio, y la oración personal, si el trabajo manual lo permite.

En todo este tiempo, la comunidad cisterciense se ha mantenido informada de lo que significa el camino sinodal en que está inmersa la Iglesia a través de la carta que les ha dirigido el cardenal Grech, y algunas conferencias que han seguido por Internet.

“Nuestra voz es la oración por este sínodo y vivir en el interior de nuestra comunidad este camino sinodal”, porque en las raíces de su  vida monástica benedictina-cisterciense está la sinodalidad desde siempre. Sienten que no están solas haciendo camino y que “muchos nos arropan”, algo que considera muy necesario junto a la oración mutua y la comunión de todos los miembros de la Iglesia.

La escucha, la conversión y la comunión son pilares de la vida monástica de esta comunidad de religiosas. “La escucha es lo primero que nos pide san Benito en la Santa regla, la escucha de Dios, y de la hermana, salir de nosotras mismas y abrir el oído del corazón; de la escucha nace la conversión que es respuesta a la llamada de Dios, y de esta conversión, (nosotras hacemos voto de conversión de costumbres), surge la comunión, como un fruto maduro de la vuelta a Dios”, describe son María del Mar que siente muchos días como muchas personas demuestran su agradecimiento y acuden a la intercesión.

HERMANAS POBRES DE SANTA CLARA

«Cada vez hay más personas que manifiestan rezar por nosotras»

La comunión en la vida fraterna es el aspecto más visible de la acción del Espíritu que convoca y aúna personas de distintas procedencias y condiciones. Así, el amor de Cristo ha unido para compartir la fe, la llamada, la vida eclesial a nueve hermanas pobres de Santa Clara en el convento de Santa Cruz de Córdoba. “Nosotras, procedentes de distintos países, con culturas y edades diferentes, constatamos esta acción del Espíritu en bien de esta comunión fraterna y eclesial”, explica madre María Guadalupe Cano Arroyo, abadesa del conocido enclave de la calle Agustín Moreno de Córdoba. La oración, la escucha y la conversión, fundamento de la vida monástica, sostiene los días de esta comunidad.

La escucha forma parte de su esencia comunitaria y contemplativa: “Escuchamos primero la Palabra de Dios, para que, escuchándole Él, sepamos entendernos a nosotras mismas y a los demás”. La escucha de la Palabra las lleva a permanecer en constante estado de conversión, de vuelta permanente a Dios, “buscando en Él nuestra propia imagen y tratando de reproducirla en nosotros”. Esta conversión personal y comunitaria las conduce, “por medio de la acción del Espíritu a la renuncia a la autorreferencialidad para abrirnos a las necesidades del prójimo”, defiende madre Guadalupe. Una experiencia que palpita cada vez con más fuerza en el ahora del monasterio donde “vamos advirtiendo cómo poco a poco algunas personas ya no sólo piden nuestras oraciones, sino que, además, agradecen nuestra vida intercesora y admiran la gratuidad y la importancia de la misma”. Un dato que revela comunión eclesial y cercanía porque “Es que cada vez hay más personas que manifiestan que rezan por nosotras y para que en la Iglesia no falte nunca este carisma monacal-contemplativo”.

La oración sostiene la vida contemplativa de estas nueve religiosas que no son ajenas al proceso sinodal en el que está inmersa la Iglesia. Esta comunidad se hace presente “a través de las distintas intervenciones que se nos solicitan”. Pero, sobre todo acompañando todo proceso “con nuestra plegaria intercesora”.

Un hogar de luz

Desde mediados del siglo XV cuando la fundadora Dª Teresa Zurita, para dar cumplimiento al deseo de su esposo D. Pedro de los Ríos, estableció la primera comunidad de clarisas, lleva vivo en Córdoba este refugio de paz y luz que es el convento de Santa Cruz. La encalada modestia de sus patios son testigo y guía de muchas vidas cristianas en comunión con las comunidades clarisas que se han ido sucediendo en el tiempo.

En la actualidad, la comunidad de hermanas clarisas del convento de Santa Cruz está formada nueve hermanas, continuadoras del carisma que el Señor regaló a su Iglesia “en las personas de nuestros fundadores San Francisco y Santa Clara de Asís”, explica su abadesa, madre María Guadalupe Cano Arroyo. Este carisma se describe en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado, viviendo en obediencia y en una forma de vida contemplativa.

Dios y su Palabra las convocan a vivir en fraternidad, la celebración de la eucaristía, la liturgia de las horas, y la oración, “son elementos nucleares que nutren nuestros vínculos fraternos”; pero, además, las relaciones personales, la comunión de bienes, el sine proprio, el trabajo, los espacios de ocio comunitario, vigorizan la comunión de vida.

Cada día, las hermanas consagradas a la vida en clausura se levantan  a 6,30 y juntas a las 7:00h  comienza el rezo de la Liturgia de las Horas, a la que sigue una hora de oración personal y finalmente el rezo de Tercia. A las 9 participan en la Misa de Comunidad, tras la cual reponen fuerzas en el desayuno y se incorporan al trabajo comunitario de la lavandería. A las 14h el rezo de la hora sexta, la comida y un pequeño descanso da paso a tardes dedicadas a la formación personal o comunitaria. Llega el rezo del Santo Rosario a las 18:30h y ante el Santísimo las hermanas se congregan hasta dos horas cada día. A las 8 de la tarde llega el rezo de las Vísperas. Acaba el día con la cena y un breve tiempo para el esparcimiento hasta el rezo de Completas, que “pone punto y seguido a nuestro horario”, porque como en el “Cantar de los Cantares: “Yo dormía, pero mi corazón velaba”.

ESTA COMUNIDAD SE HACE PRESENTE EN EL PROCESO SINODAL DE LA IGLESIA “A TRAVÉS DE LAS DISTINTAS INTERVENCIONES QUE SE NOS SOLICITAN”. PERO, SOBRE TODO ACOMPAÑANDO TODO PROCESO “CON NUESTRA PLEGARIA INTERCESORA”

CARMELITAS DE LA ANTIGUA OBSERVANCIA (O. CARM.)

«Debemos ofrecer el testimonio de forma inteligible y eficaz»

El Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús y San Titus Brandsma está habitado por  una comunidad de siete hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús y otras tres aspirantes que esperan en Colombia los visados para poder ingresar en la orden carmelita cuyo carisma es “vivir en obsequio de Jesucristo” imitando a María y con el celo del profeta Elías.

Su carisma es el fruto de un grupo de Cruzados europeos que  viajaron a Tierra Santa en el siglo XII para luchar por la tierra del Señor. En esa contienda, “descubrieron que había otra tierra que conquistar para Cristo, que era su propia vida, sus almas”, relata sor María Dolores de Jesús Domínguez, madre abadesa del Monasterio al describir el origen de la Orden que acabaría asentándose en el Monte Carmelo, junto a otros peregrinos y conversos consagrados a la Virgen, a la que nombraron Patrona y Señora del Lugar e imprimió carácter mariano a la Orden.

La vida en el Carmelo rememora la vida de Nazaret, la vida cotidiana de Jesús, María y José, por su sencillez en la cotidianidad, pero abiertas siempre a las sorpresas de Dios. Aunque tienen el horario fijado, no hay un día igual a otro, porque Dios “todo lo hace nuevo”. Cada despertar es distinto, también la oración litúrgica “viendo como la luz del día va rasgando el cielo abriéndose paso entre las sombras de la noche”. El día se resuelve en los quehaceres domésticos y labores por encargo.

La tarde es refugio de oración, formación y estudio; de Lectio Divina comunitaria, rezo del Santo Rosario y Adoración del Santísimo con el rezo de Vísperas y oración personal. Juntas comparten dos horas de recreación comunitaria y sientan las bases de la comunión “siempre en Jesucristo”,

afirma sor María Dolores que resume esta unión en la presencia de Dios en “en lo cotidiano, en lo sencillo de cada día”, valorando siempre el regalo de Dios que representan sus hermanas para ellas y precisa un estado interior de conversión constante, para “salir de nosotras mismas y poner lo que somos al servicio de las demás”.  La comunión también se expresa en los encuentros fraternos dedicados a compartir “dificultades y logros” sobre el proyecto de vida común que han de llevar para ser fieles a su vocación. La Eucaristía centra y culmina esta comunidad sostenida por la palabra de Dios, la Liturgia de las Horas, la oración personal, el Santo Rosario, los Sacramentos y la Penitencia.

Espacio de amistad en Cristo

La relación amistosa con su feligresía y una cercanía especial  con el Seminario Mayor y Menor de Córdoba y sus formadores, capellanes de la comunidad, permiten a esta comunidad materializar la invitación a hacer oír  su voz  en el camino sinodal en el que estamos inmersos. Saben de sus inquietudes y desvelos, participan de sus afanes diarios, de sus gozos y este conocimiento lleva a la comunidad a servir “con nuestras oraciones y ofrecimientos por las vocaciones y por los que están en proceso de formación en los Seminarios”. Son numerosos los seglares que acuden al Monasterio buscando paz, consuelo, fortaleza, consejos para sus situaciones particulares o familiares y esta búsqueda permite que “nos sentimos verdaderamente caminando junto a nuestra querida iglesia diocesana”, al tiempo que constatan “que hay poca comunicación entre las diversas Órdenes de vida contemplativa existentes en la Diócesis”, una cierta lejanía que representa todo un reto en nuestra diócesis llamada a promover “todo lo que nos ayude a conocernos mutuamente y a acercarnos como hermanas”.

En su carta, el cardenal Grech, el secretario general del Sínodo de los Obispos,  hace hincapié en tres realidades cruciales de la vida monástica y contemplativa: la escucha, la conversión y la comunión. Esta comunidad carmelita responde al reto de seguir formándose “en la escuela de la escucha” donde todos somos aprendices, asegura sor María Dolores, para quien como contemplativas y miembros de la Iglesia, entiende que deben cultivar su vida de íntima unión con Dios, “para poder escuchar el clamor del hombre de hoy en el momento histórico en que nos encontramos”, resulta primordial discernir lo que esperan “nuestros hermanos de la Iglesia, para poder ofrecer el testimonio de forma inteligible y eficaz, en espíritu de servicio”.

Aprender a discernir los signos de los tiempos y la Presencia de Dios en la historia, en nuestra propia historia, exige una actitud de profunda humildad y conversión del  corazón, por eso, sor María Dolores afirma que “tenemos que pasar de ser consumidores de culto” sin que cambie nuestra vida, simplemente conformarnos con ser “buenas personas”, a dejarnos evangelizar, permitir que Dios entre en las “sombras de nuestra alma y nuestros corazones e ilumine nuestras miserias, pecados, temores, respetos humanos, autosuficiencia, orgullo, etc., y también nuestras heridas”.

Creernos verdaderamente necesitados de curación, dejar de clasificarnos como buenos y malos, poniendo en el centro de nuestros juicios el pecado y no al pecador como hacía Jesús.

El Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús asume el nombre de Beato Tito Brandsma desde el pasado 15 de mayo, cuando fue canonizado por el Santo Padre el Papa Francisco. Fue fundado por la Federación “Mater et Decor Carmeli”, que actualmente la componen 11 monasterios de la provincia Bética, de Portugal y de África (Kenya). Fue fundado en 1985 y está destinado a Casa de Formación para los Monasterios que componen la Federación.

Tomar conciencia de que la comunión es un don precioso de Dios pero frágil, que hay que cuidar día a día es para son María Dolores esencial, porque “no bastan las estructuras sinodales para protegerlo, aunque ayuden, sino que es necesaria una actitud profunda de conversión que nos acompañe hasta el final de nuestros días,  y un aprendizaje de la escucha y del diálogo que no siempre es fácil.

La comunidad se siente acompañada por todas las personas que buscan un encuentro con el Señor, con nuestra Madre María y también “el consuelo de la monja que escucha, que ora, que goza con sus gozos y se duele con sus dolores”: compartir lo que somos y ofrecer nuestra vida en respuesta al Amor que recibimos es la razón de nuestra vocación contemplativa.