La celebración, que ya es una tradición en el Seminario, supuso a los seminaristas renovar su unión íntima al Señor, contemplar a las tres divinas personas y cómo ellas los van transformando interiormente a cada uno de estos jóvenes. Asimismo, los seminaristas pudieron profundizar en la vocación y en cómo se van configurando íntimamente con el Señor.
El rito se compuso con la llamada a los candidatos y la entrega de la luz, la renovación de las promesas bautismales y, por último, la bendición de envío misionero como futuros pastores.