Iconografía de los Mártires de Córdoba
Rostros para la Vida
Córdoba es tierra de mártires. Ellos han dejado huellas palpables en nuestra fe, en nuestra historia, devociones, liturgia, y por supuesto en el arte.
Sus rostros esculpidos o pintados nos acompañan. En especial, la catedral, Iglesia madre, acoge una multitud de sus representaciones artísticas. La basílica pontificia de San Pedro ilustra con sus iconografías la preciada posesión de sus reliquias.
Hay tres grandes etapas martiriales cordobesas: romana, mozárabe y actual. De las dos primeras conocemos algunos nombres y sus historias, pero ningún rostro. A los artistas ha correspondido recrear sus rasgos físicos para que hoy contemplemos la belleza de su testimonio.
Entre los mártires romanos destacan los patronos de la ciudad, San Acisclo y Santa Victoria, representados con los atributos del martirio: la espada con la que Acisclo fue degollado y las flechas con la que Victoria, tras cortarle los pechos, fue asaetada. Así aparecen en las numerosas pinturas y esculturas suyas que pueblan la ciudad, desde las tallas marmóreas que en 1771 esculpió Verdiguier en el Triunfo de San Rafael de la Puerta del Puente, hasta el óleo sobre lienzo del martirio, realizado en 1797 por Francisco Agustín Grande para la capilla del Colegio Santa Victoria, en cuyo retablo mayor ostenta la Santa Victoria tallada por Alonso Gómez de Sandoval pocos años antes.
Estos hermanos no fueron los primeros mártires cordobeses, sino Fausto, Genaro y Marcial, a quienes encontramos pintados en el retablo mayor de la parroquia de San Pedro labrado hacia 1740 por Félix Morales Negrete. Sus nombres aparecen inscritos en la lápida pétrea que testimonia su existencia, junto a Zoilo y Acisclo, custodiada en la basílica de San Pedro.
En cuanto a Zoilo y sus 21 compañeros, en su ermita se exhibe una talla anónima del siglo XVIII, abierta su espalda para extirparle los riñones que, según la tradición, fueron arrojados al pozo conservado allí, adquiriendo el agua propiedades curativas.
Entre las imágenes de San Pelagio, el mártir mozárabe adolescente, brilla la talla de la capilla del Seminario Mayor, obra de Baltasar Dreveton de 1772, donde aparece despojándose de sus vestiduras. Destaca también el gran óleo sobre lienzo pintado en 1645 por Antonio del Castillo, y conservado en una capilla de la catedral cordobesa.
La catedral de Córdoba registra el mayor número de representaciones de los mártires. No solo inspiran numerosas tallas y pinturas dispersadas por las capillas, también se concentran en el rico repertorio de relieves en caoba que recorre la sillería baja del Coro, tallada por Duque Cornejo hacia 1750. Sus figuras, insertas en medallones con sus nombres inscritos, portan la palma del martirio, signo de la victoria frente a la muerte y la certeza en la vida eterna.
En el interior de la catedral, los muros de la parroquia del Sagrario, antigua capilla funeraria del Obispo Pazos y Figueroa, se revisten con bellísimas pinturas del italiano César Arbasia ilustrando nuestra historia martirial. Siguiendo la iconografía del célebre cronista cordobés Ambrosio de Morales, el artista representó hacia 1583 a cada uno de los mártires cordobeses, no en el cruento momento del martirio, sino vestidos de fiesta, invitados al Banquete Eucarístico de la Jerusalén Celeste.
Acercarse a los mártires cordobeses exige penetrar en la “Capilla del Santísimo Sacramento y de los Santos mártires de Córdoba” de la parroquia de San Pedro. En el retablo que acoge la urna donde se custodian las reliquias martiriales, Gómez de Sandoval talla hacia 1760 unos rostros que no buscan ser retratos individuales, sino representación de una corte angelical, aunque podamos leer sus nombres en las cartelas bajo sus pies.
La iconografía martirial no pretende expresar el horror de la muerte, sino la belleza de una vida que trasciende el horizonte de este mundo y que el arte sabe narrar.