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Entrevista a Miguel Varona

Postulador de la fase Diocesano de la causa de Santidad “Padre Juan Elías y 126 compañeros mártires”

“Esta beatificación es una invitación a la concordia perfecta que nace del amor a ejemplo de Jesús”

Miguel Varona Villar es el director del secretariado diocesano para las causa de los Santos. Hace quince años comenzó a trabajar en la causa de santidad que distingue a Córdoba con 127 nuevos beatos, mártires de la persecución religiosa en España entre 1936 y 1939. Han sido necesarias más de 600 entrevistas y 17.000 folios enviados a la Congregación para las Causas de los Santos para culminar un proceso que demuestra como el perdón y el amor a Cristo son más grandes que el odio. La belleza cristiana de sus testimonios ha sido la luz que ha guiado un proceso que glorifica a los mejores hijos de la Iglesia.

¿Qué condiciones han de darse para que una mártir sea beatificado?

Se parte de la fama de martirio en el Pueblo de Dios: la conciencia de que alguien murió in odium fidei, por odio a la fe. Es la voz del Pueblo de Dios, escuchada por la Iglesia, que estudia si existió esa muerte por odio a la fe: la voz de la Iglesia. Luego se espera la voz de Dios para canonizar a un beato, cuando acontece un milagro, estudiado minuciosamente para verificarlo.

Si existe fama de martirio, extendida y no creada, debe probarse ante la Congregación de las Causas de los Santos su doble vertiente. El martirio material: que el mártir murió en verdad. No es una cuestión superflua: debe demostrarse que el candidato falleció verdaderamente de manera violenta, en un momento puntual o tras torturas más o menos prolongadas. Y el martirio formal, por el perseguidor y el perseguido. Aquél tiene que haber asesinado al mártir por odio a la fe, la Iglesia o una virtud cristiana (cardinales, teologales y propias del estado de vida); y éste murió perdonando, como Cristo, primer y gran Mártir.

Para ser declarado mártir basta probar los dos elementos martiriales, sin necesitar un milagro; éste es el requisito para beatificar por vida y virtudes o por ofrecimiento de vida por amor.

Se examinan los escritos del mártir para comprobar su ortodoxia, sin nada contra la fe y las costumbres de la Iglesia. Y el mártir también debió vivir las virtudes cristianas: fe, esperanza y caridad, y fortaleza, templanza, justicia, etc., y las virtudes propias de un sacerdote, religioso, seminarista o laico. Así, cualquier cristiano, sea cual sea su estado de vida, es candidato a ser declarado mártir.

¿Cuál ha sido el método de trabajo como postulador de la fase diocesana de esta causa?

Antes de iniciar la fase diocesana, existiendo una Persecución Religiosa con un número elevado de mártires, elaboré una lista de los candidatos.

La fase diocesana de una causa por martirio recopila todo el material necesario que pruebe la duda procesal de si existió un verdadero martirio in odium fidei, el martirio formal y el martirio material.

La documentación está en archivos diocesanos, parroquiales, juzgados, históricos o particulares; hemerotecas; fotos, etc. Abarca la vida del mártir, de su nacimiento a su muerte. Se presentan libros, folletos u hojas sobre su vida. Y se añaden las declaraciones testimoniales hechas antes de iniciarse la causa. Todo lo estudia una Comisión de peritos en historia nombrada por el obispo competente.

Si hubiese escritos publicados o inéditos del candidato, pasan por una Comisión de peritos teólogos, que pruebe su ortodoxia.

Finalmente, y parte más importante del aparato probatorio, están las declaraciones de los testigos, propuestos por el postulador e interrogados con un cuestionario del Promotor de justicia (“fiscal”) causa ante el Delegado episcopal (“juez”) y refrendados por el Notario. Hay testigos de visu, auditu, auditu ac videntibus y auditu ac audientibus (primera o segunda o tercera “mano”), con su valor probatorio adecuado.

¿Qué cometido tiene en el proceso el postulador romano?

Clausurada la fase diocesana, comienza la romana ante la Congregación. Se presentan dos copias de las actas (original custodiado en la diócesis) y se nombra a un postulador romano. Fue elegido Fray Alfonso Ramírez Peralbo, OFMcap, por su reconocida experiencia en otras causas.

La Congregación examina si se ha procedido bien, respetando las normas canónicas, y otorga el Decreto de validez.

El postulador elabora la positio guiado por un relator de la Congregación (el “ponente” de una tesis doctoral). Comprende la biografía documentada de cada mártir, el sumario de las declaraciones de los testigos, la parte documental de la Comisión de historiadores y la informatio (la tesis o defensa de la causa). Es voluminosa, se hace con el material de la investigación diocesana y requiere conocimientos históricos, jurídicos y teológicos.

La positio se entrega en la Congregación y es importante esa fecha: establece el turno para su estudio. Impresa en diciembre de 2019 y con el protocolo nº. 2.856.

Los primeros en estudiarla son los Consultores historiadores: emiten un dictamen sobre su historicidad. Su relatio et vota afirmativa fue el 27 de noviembre de 2019.

Luego vienen los Consultores teólogos. Emiten sus votos y se reúnen en su Congreso peculiar y redactan un documento conjunto. Lo que consideran es si ciertamente ha habido martirio en cada caso, tal como lo entiende la Iglesia. Su relatio et vota afirmativa fue el 15 de septiembre de 2020.

Los Cardenales y Obispos de la Congregación estudian la positio, los votos de los Consultores teólogos y el informe del Congreso peculiar. Lo revisan cada uno por separado y pasan a la Congregación ordinaria. Si todo ha procedido correctamente, con una investigación seria y profunda y hay martirio en cada caso, proponen al Papa el Decreto de martirio. Así sucedió el 17 de noviembre de 2020.

Y, si lo considera oportuno, el Papa ordena promulgar el Decreto de martirio al Prefecto de la Congregación. El 23 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco recibió a Mons. Marcello Semeraro y autorizó a promulgar varios Decretos, entre ellos el de beatificación por martirio de Juan Elías Medina, Sacerdote diocesano, y 126 Compañeros, Sacerdotes, Religiosos y Laicos, muertos en España, in odium fidei, 1936-1939.

¿Cuál ha sido la tarea que le ha consumido más tiempo y esfuerzo en la fase diocesana?

Partía de la estupenda base del libro de M. Nieto y L. E. Sánchez “La Persecución Religiosa en Córdoba, 1936-1939” (1998), aunque se fijaba más en los sacerdotes, dos seminaristas y tres religiosos franciscanos, con contadas citas a los laicos. Y los testigos eran pocos.

Comencé una labor “detectivesca” sobre los laicos. Muchas horas de teléfono para preguntar y recibir llamadas de familiares que proponían candidatos, para distinguir quién había muerto por la fe y quién había muerto con fe, pues se mezclaban otras causas propias de la Guerra civil. Los seminaristas aumentaron a cinco, más una religiosa, y treinta y nueve laicos.

Y estaba la necesidad de encontrar testigos para que declarasen. Aunque había pasado mucho tiempo, fue una gracia de Dios encontrarlos, y muy directos: fueron 315.

¿Quiénes son y de dónde proceden estos 127 mártires que serán beatificados el próximo 16 de octubre?

Una muchedumbre inmensa, de toda la Diócesis, todos los estados de vida, edades, circunstancias sociales, profesiones, etc. Varias parejas de hermanos, dos matrimonios, su estrecha relación con la Iglesia…

Pero en todos hay denominadores comunes que los cualifican. Gente de Iglesia, profundas vidas de piedad y caridad, estimados en sus lugares, tenían clara la posibilidad del martirio y no lo rehuyeron, es más, no hay casos de apostasía o renuncia a la fe en el momento supremo, y perdonaron siguiendo a Cristo y a la muchedumbre de mártires de la Iglesia.

De todas las biografías de los mártires recopiladas en su libro “Testigos de Cristo”, ¿hay alguna que le haya impresionado especialmente?

Todas tienen una “belleza cristiana” que impresiona y no deja indiferente. Son como “rubíes”, por el color rojo de la sangre, que van engarzadas en la corona del Crucificado y brillan en individual y en grupo.

Si tuviera que destacar algunas, están el escrito de perdón del sacerdote Juan Elías Medina o la conmovedora carta del laico Francisco Herruzo Ibáñez a su único hijo; el ánimo a sus compañeros de martirio del sacerdote José Castro Díaz; el seminarista Rafael Cubero Martín y su paz ante los primeros signos de persecución vividos en el Seminario y su carta rogando a Dios que le permita alcanzar el martirio; el matrimonio Isidra Fernández Palomero e Isidoro Fernández Rubio, unidos hasta la muerte, y ella como mujer fuerte animando al esposo.

El Obispo de Córdoba subraya siempre que “de los verdugos sólo nos acordamos para perdonarlos”, ¿es esta beatificación una invitación a la concordia?

Por supuesto. Y a la concordia perfecta que nace del amor a ejemplo de Jesús: perdón total, sin condiciones, a los enemigos, hasta dar la vida. Si mucho han hecho la Iglesia y los cristianos para cerrar heridas, sigue siendo una labor que no debe cesar nunca, bajo ninguna circunstancia. El perdón está en el ADN de los cristianos y brota de la Cruz de Cristo. Lo primero que dice el Resucitado a sus discípulos, y lo repite siempre y varias veces, es Paz a vosotros. La verdadera paz es fruto y sustrato del amor verdadero y más grande. No hay otra concordia, ni paz; no hay otro Amor.

“El perdón está en el ADN de los cristianos y brota de la Cruz de Cristo”

“Estos beatos recibirán culto en nuestra Iglesia particular, unidos a la Iglesia universal.”

La beatificación será un momento de fuerte comunión eclesial y un acto directo del Papa Francisco, ¿qué significa esto para la diócesis de Córdoba?

El Decreto de martirio es un acto del Magisterio pontificio que declara que estos beatos recibirán culto en nuestra Iglesia particular, unidos a la Iglesia universal. Se refuerza así la comunión de los santos, tan importante en la vida eclesial, bajo la guía del Sumo Pontífice.

Y el día de la Beatificación, el Papa inaugurará en Roma el Sínodo de los Obispos, dedicado a la sinodalidad. Al día siguiente se hará en todas las Diócesis. Este camino de oración y reflexión que Francisco nos propone debe ser un decidido impulso hacia la comunión y misión de toda la Iglesia, hacia la escucha común de todos sus miembros.