Beatificación de 127 Mártires de la persecución religiosa entre 1936 y 1939
Joaquín Salido Villatoro sobrino nieto de Juan Elías Medina
«Queremos seguir su ejemplo de vida: fue el primero que perdonó»
Joaquín Salido Villatoro es sobrino nieto de Juan Elías Medina, que ha conocido el martirio de su antepasado a través de su abuela, madre y tío -hermana y sobrinos- del sacerdote que encabeza que da nombre a la causa de santidad de los 127 mártires, “ha sido un tema del que siempre se ha hablado en nuestra familia, desde el cariño y la añoranza por la pérdida de un ser querido”, asegura al recordar la impronta que la muerte de su antepasado ha dejado en su casa.
Juan Elías Medina había destacado en el desempeño de su labor pastoral y en la búsqueda de recursos para los más necesitados de Castro del Río, tanto que asumió el riesgo de contagio de enfermedades en el cuidado de los más pobres asegurando que “a la caridad no se le contagia nada”. Al lado de los pobres y más tarde en la cárcel haría gala de una clara animosidad. Al ser detenido el 21 de julio de 1936 mostró su crucifijo sin perder su talante amable y servicial y vio cómo se llevaban a sus compañeros de celda en la cárcel del pueblo. A los que quedaron junto a él los sustituyó en los trabajos más duros y les señalaba la promesa cierta del cielo. Antes de morir en el cementerio había rezado las Completas. En los últimos momentos de su reclusión pudo escribir a su madre para pedirle que rezara el “Señor mío Jesucristo”. También les pedía a sus hermanos que fuesen buenos.
Aquella serenidad ante la crueldad de su muerte ha sido la estela que su familia ha seguido hasta el perdón. El gozo con el que ahora vive esta beatificación, lo hacen “siguiendo su ejemplo de vida. Las personas que lo conocieron, siempre destacaban su bondad y entrega a los demás. Por lo que en nuestra familia tenemos la absoluta convicción, que como hombre de Dios que era, el primero en perdonarlos fue él y por ende nosotros también”, explica Francisco Salido Villatoro.
Para todos, la próxima beatificación “tiene un significado muy especial y de gran satisfacción”. Ochenta y cinco años más tarde, una fotografía que siempre estuvo en la casa familiar, las gafas y las cuerdas con las que lo maniataron cuando falleció son el vestigio perenne de una presencia gloriosa.
Sor Carmen, hija de Andrés Rueda Rojas. Laico
«Mi padre, espejo de fe y perdón»
Sor Carmen era muy pequeña cuando murió su padre, presidente de la Acción Católica de Pedro Abad. Formaban una familia de ocho hermanos dedicada al comercio de tejidos a los que era común verlos asistir a misa y ayudar a los más pobres de la localidad. Este modo de vida cristalizó más tarde en la vocación sacerdotal de su hijo Francisco Rueda Román y la de su hija Carmen, la hermana mercedaria que a su avanzada edad reconoce que ha sido su hermano presbítero “el que más le ha hablado de su padre”.
Andrés fue detenido en su propia casa el 20 de julio de 1936, dos días más tarde, unos milicianos dispararon por las ventanas de la cárcel sobre los detenidos y lo dejaron herido. Este padre de ocho hijos que será beatificado decidió permanecer en Pedro Abad en contra de la opinión médica, que exigía su traslado a Córdoba. Su mujer estaba a punto de dar a luz. Pocos días después se produjo su segundo apresamiento y el 10 de agosto su fusilamiento en el paraje conocido como “Cruce de Bujalance”, cerca de El Carpio. En el momento de su muerte exclamó ¡Viva Cristo Rey!
En la memoria de sor Carmen no quedó grabada ninguna imagen, aunque una caja repleta de fotografías le devuelve su rostro cada día. Contaba con tres años de edad cuando él murió, pero si recuerda que “al final acabamos mudándonos de lugar, nos fuimos porque mis padres tenían comercio de tejidos pero en la guerra le quitaron todo y aunque mi madre abrió otra tienda, cuando fuimos un poco mayores, mis hermanos ya no querían estar en el pueblo. Uno se fue a estudiar a los Salesianos, dos al seminario y el resto nos vinimos a vivir en Córdoba”.
Ahora sor Carmen asiste a la beatificación de su padre, al que apenas conoció, pero al que ha tenido siempre presente como espejo de fe y perdón: “mi padre, según tengo yo escrito, rezó delante de un crucifico y se encontraba en la cárcel. El párroco confesó a todos en la cárcel y los animó a saber perdonar”.
A pocos días de la glorificación de su padre, en sor Carmen afloran vivencias más cercanas en relación a la muerte de su padre. Cuenta con mucha emoción como el crucifijo del fusilamiento se perdió entre los matorrales después de la persecución religiosa y sobre el 1941, para saber el sitio exacto del fusilamiento, su madre dijo a unos albañiles que cuando dieran la primera azada en el terreno dijeran: “En el nombre sea de Dios”. Al darla chocaron con la cruz perdida que señalada el lugar exacto del martirio.
Mercedes Ortiz Navas, sobrina nieta de Juan Navas Rodríguez Carretero. Sacerdote
«Su beatificación es algo extraordinario»
Mercedes Ortiz Navas es sobrina nieta del sacerdote Juan Navas Rodríguez Carretero que murió en Palma del Río el 16 de agosto de 1936 a los 44 años de edad. Había iniciado con 15 años los estudios eclesiásticos dando muestras de una inteligencia muy alta que le permitía destacar en solfeo y canto. Diez años antes de su muerte ejercía de cura ecónomo en su pueblo natal, Castro del Río. Fue un hombre preocupado por el patrimonio artístico y la educación religiosa de los niños, promueve la creación de una escuela al tiempo que abunda en su propia formación pastoral. Tras su traslado a Palma del Río, abandona su pueblo natal y se allí funda la Juventud de Acción Católica. Pronto llegaría su muerte.
“En la familia se ha vivido este hecho como una desgracia muy grande que no tenía razón de ser”, explica Mercedes. Se ha mantenido vivo su recuerdo y se ha intentado, incluso, investigar las circunstancias que rodearon su muerte para intentar mitigar un poco el dolor por tan irreparable pérdida, porque “para todos nosotros es un privilegio tener en la familia una persona que, revestida de la fortaleza que solo da el Señor, ha entregado de esa manera su vida por Cristo. Es algo extraordinario y fuera de lo normal que, sin duda, nos hace experimentar el orgullo de que tuviera esa actitud de valentía en momentos tan difíciles como los que vivió”.
La familia de don Juan Navas Rodríguez-Carretero ha mantenido viva la esperanza de que hubiera un reconocimiento, “tanto para él como para aquellas personas que padecieron el martirio en aquellos años”.
Ahora, cercana ya la beatificación del sacerdote, su sobrina nieta sostiene que “ante todo tiene que haber perdón, pero en la familia cada uno ha perdonado como ha podido. Unos con mayor nobleza, ayudados por la gracia de Dios; a otros les cuesta más trabajo perdonar lo ocurrido porque no le encuentran sentido a lo que pasó; y otros tienen más facilidad para no guardar rencor porque no saben la situación de las personas que causaron tanto dolor y sufrimiento a tantas familias”. Una diversidad de sentimientos que confluyen en el significado de esta beatificación, un momento que “llevamos mucho tiempo esperando para que se reconozca todo el bien y lo bueno que hizo D. Juan Navas tanto en Castro del Río como en Palma del Río en su corta vida”. Mercedes reconoce que su familiar martirizado es ya guía en su fe: “algunos miembros de la familia hemos rezado por ello y nos hemos encomendado a él en diversas circunstancias y necesidades”.
Ángela Arroyo Ruiz, sobrina de José Ruiz Montero
«Le quedaba poco para ser sacerdote cuando lo mataron»
José Ruiz Montero era seminarista y murió en Puente Genil con tan solo 22 años. Era hermano de la madre de Ángela Arroyo. Recibió como herencia la preciosa vida de su tío seminarista a través de lo recogido por otro primo suyo sacerdote, Manuel Montero, que recopiló su martirio en un libro. Ella no había nacido cuando esta muerte temprana asoló su casa, pero sí sabe que era seminarista de los últimos cursos y “le quedaba poco para cantar misa cuando lo mataron en la Cuesta Málaga, allí lo mataron y fueron a recogerlo para enterrarlo”.
Ángela hace una recorrido verbal muy rápido del apresamiento y muerte de su tío; de cómo se produjo la denuncia que llevó a su muerte y el lugar de su martirio. Su grito de “Viva Cristo Rey” a la hora de morir todavía parece resonar en su memoria tras asistir muchas veces al relato familiar de lo ocurrido aquel 23 de julio del 1936.
José había dado muestras de una vocación temprana. Con 7 años era monaguillo de su parroquia de Puente Genil.
Su expediente académico era brillante. Ángela recuerda que su madre tenía solo ese hermano varón “y era solo un niño cuando lo mataron, por eso siempre tuvo mucha pena”. Ella cuenta que apenas conservan pocos objetos personales de José, pero siempre estuvo presente en su casa una fotografía del joven seminarista que ahora será beatificado, algo que le “alegra profundamente”.
Rafael Jaén, sobrino nieto de Josefa y María Luisa Bonilla Benavides. Laicas
«Nuestros abuelos nos inculcaron fe y respeto»
“Desde muy pequeño, en casa siempre se ha comentado este hecho de nuestras tías abuelas”, explica Rafael Jaén, sobrino nieto de Josefa y María Luisa Bonilla Benavides que murieron con 34 y 39 años respectivamente. Ambas eran solteras y dedicaban sus días a ayudar en la parroquia como catequistas, expresión de una fe sencilla y entregada. De ellas no existe documentación eclesiástica ya que el archivo parroquial de Posadas fue quemado durante la persecución religiosa en la diócesis de Córdoba. “Mi tíos abuelos Fernanda y Luis y mi abuela paterna Ana María. A quienes conocí y traté mucho. Me fueron narrados los hechos en bastantes ocasiones, de manera muy descriptiva y con bastante detalle en su relato”. Nos situamos en Posadas durante agosto de 1936 en Posadas, recién iniciada la Guerra Civil, cuando Josefa y María Luisa fueron detenidas porque a uno de sus hermanos lo no pudieron apresar.
Ambas murieron junto a otras cuatro mujeres detenidas en distintos lugares de Córdoba, ninguna de ella había manifestado su opinión política y todas eran cristianas.
Las hermanas Bonilla Benavides murieron por su fe mientras sus muertes salvaron a “a mi tío Luis el más pequeño de todos los hermanos. Sabemos que iban a por él. Sus otras hermanas, entre ellas mi abuela paterna, lo escondieron en un cobertizo, llevándole comida cuando podían, a escondidas”, relata este descendiente al que su familia siempre transmitió “la mejor manera de perdonar: desde el respeto y la fe que nuestros padres y abuelos nos inculcaron a todos mis hermanos”. Jaén repasa su historia familiar asumiendo la devastadora secuencia de sus muertes y aún hoy se pregunta por la extensión de aquel dolor, de “cómo debieron sufrir en aquel momento y aquellos años, sus padres, hermanos y familiares, además del miedo y el horror de la guerra civil”.
Las tías abuelas de Rafael Jaén murieron tras sufrir vejaciones el 27 de agosto de 1936 en una finca próxima a la localidad, el dolor de esas circunstancias es ahora mitigado con la cercana beatificación de las dos hermanas, lo que “supone un gran acontecimiento para toda mi familia. Algo inesperado desde que se iniciara este largo proceso de la Causa de los Santos y que hemos podido seguir muy de cerca a medida que se iban desarrollando los distintos momentos de la Causa”.
Esta familia conserva escasos recuerdos de sus ascendientes porque pero, “lo mejor que podemos conservar de Josefa y María Luisa es su ejemplo”, destaca el sobrino nieto que ha tenido una participación directa en la causa, ofreciendo datos de sus vidas y su martirio. Una vida abruptamente interrumpida, “corta en plena juventud y madurez, truncada por un absurdo, que acabó con sus sueños, sus esperanzas y sus anhelos. Convencido de que las habría conocido, besado y abrazado, como conocí a varios de sus otros hermanos”.
María del Mar Rubio sobrina disnieta de Acisclo Juan. Sacerdote
«Solo nos han transmitido sentimientos de perdón»
Mª del Mar Rubio García habla de Acisclo Juan con cercanía y frescura. El sacerdote era hermano de su bisabuela e hijo de un médico y cirujano y su esposa, originarios de Cádiz. “Nosotros sabíamos que Acisclo Juan era sacerdote, que había sido asesinado por motivo de sus creencias religiosas a principios de la guerra, pero ahí acababa toda la información que teníamos”, cuenta con emoción la sobrinabisnieta que viajará desde Irlanda para estar presente en su beatificación. María del Mar ha querido recobrar la memoria de sus antepasados poniendo voz a la voluntad de perdón que siempre le ha transmitido su familia. La personalidad de su ascendente y su vocación sacerdotal le han servido para mantener de él un recuerdo imborrable, “en mi familia, al ser tan religiosos, nunca ha habido un sentimiento de odio, sino todo lo contrario. Mi abuela era muy buena y todo lo que nos han transmitido a nosotros ha sido sentimientos de perdón”.
Acisclo Juan nació el mismo día de los Patronos mártires de Córdoba en Dos Torres y fue educado en los principios religiosos y morales de la Iglesia. En 1895 ya era sacerdote y en los primeros años del siglo pasado regresó a Conquista para cuidar de su padre, poco después recibe el encargo pastoral y se convierte en párroco de doña Rama y El Hoyo. De allí pasa a Palma del Río y a Montalbán, después su destino pastoral estaría en Villafranca donde sus coetáneos lo recuerdan como un sacerdote ejemplar.
Fue en Belmez donde se produjo su martirio después de permanecer tres meses encarcelado y sufriendo vejaciones. Aunque las generaciones que conocieron la crueldad de su muerte han obviado las circunstancias del fallecimiento para no empañar el perdón : “El conocimiento que teníamos sobre las circunstancias de su fallecimiento era muy limitado, pero mi marido y yo empezamos una investigación sobre mi familia y conocimos que Acisclo Juan era hijo
de un cirujano de Cádiz, entonces empezamos a hacer un estudio genealógico de mi familia materna en la universidad de Cádiz y a raíz de empezar a investigar la parte materna de mi familia empezamos a conocer un poco más”, relata María del Mar, que solo conoció cómo había muerto su antepasado al profundizar en la lectura de “Testigos de Cristo”, la obra del postulador diocesano de la Causa, Miguel Varona, que recopila la biografía del martirio en Córdoba entre 1936 y 1939.
Conocer los detalles de la muerte de Acisclo Juan no ha cambiado la vivencia del perdón que bebió en el seno familiar, “rencor nada, mi familia es todo lo contrario”, dice María Del Mar que ha aprendido a perdonar en casa. Su abuela era sobrina carnal del mártir, también vio cómo asesinaron a su marido y perdonó. “Mi abuela sabía quiénes eran los responsables del asesinato de mi abuelo y nunca le dijo nada. Mi madre además tenía relación con la familia de estos asesinos y mi abuela nunca le negó esa relación”, expone como ofrenda de amor recibido.
En pocos días, Juan Acisclo será beatificado, “un honor y satisfacción inmensa. Se lo merece, porque era un hombre bueno y piadoso, que a pesar de pertenecer a una familia bien posicionada de Cádiz, vivía entregado a la pobreza y a su ministerio. Nos llena de orgullo”.